Del sacrificio a la derrota. Nicolás BuckleyЧитать онлайн книгу.
El filósofo Paul Ricœur sostuvo que «la persona, entendido como carácter histórico, no es una entidad separada de sus experiencias»[70]. El desencanto emocional del antiguo militante de ETA Fernando Etxegarai con la transición española y el régimen que se desarrolló con ese mito fundacional es un relato empírico de una generación de vascos que vivió dicha transición, aunque sus memorias no revelan «la verdad» de lo que ocurrió durante ese intenso periodo. Mi investigación nos ayuda a comprender que el concepto de «Régimen del 78» no solo representa una «protesta antiestablishment», sino que además tiene sus raíces en una serie de memorias de activistas políticos como Etxegarai que consideran que este proceso no termina en 1982 con la llegada del PSOE al poder, sino que es, a día de hoy, un proceso inacabado.
La entrevista con Etxegarai transcurrió en su casa, un lugar donde él se sentía cómodo. De hecho, la mayoría de los narradores que participan en un estudio de historia oral prefieren conceder entrevistas en sus casas, que es donde se sienten mejor para poder conversar de temas no necesariamente fáciles de tratar. Mientras subíamos las escaleras hacia un ático en pleno casco viejo de Bilbao, Etxegarai me anticipó que él venía de una «buena familia vasca». Durante la entrevista, Etxegarai diluyó mi excitación de entrevistar por primera vez a alguien que había militado en ETA con una calma que me fue transmitiendo durante toda la entrevista. Lo que más aprendí de esa entrevista fue que donde Etxegarai se sentía más cómodo para hablar era en el terreno de la política, y muchas veces su vida personal quedaba relegada a un segundo plano. Como ya adelantó Hamilton, «en las entrevistas ellos intentan mostrar el lado político de sus vidas a expensas de sus relaciones personales, tratando de contextualizar cuidadosamente sus historias en una gran narrativa política, con el efecto de que a veces la entrevista tiene el tono de un discurso político»[71]. Sin embargo, lo que para Hamilton eran narrativas políticas que no estaban en directa confrontación con su identidad nacional, para mí esas historias de vida cuestionaban mi manera de percibir mi país y su historia. Por un lado, lo que mejor le podía venir a mi investigación era que Etxegarai me hablase de su vida personal, para que así yo pudiera entender su lado más emocional. Mis intentos de confrontar con sus narrativas políticas pudieron, en algún momento, dirigir la entrevista hacia una determinada dirección, algo que va contra los principios básicos de la historia oral. El análisis histórico de la entrevista, que veremos en el capítulo III, fue una mezcla entre mi intención de rescatar las vivencias empíricas de Etxegarai y la posibilidad de generar, mediante sus vivencias de la transición española, un nuevo relato de la transición.
¿Qué nos dicen las diferentes contranarrativas de la transición acerca de la historiografía existente sobre el tema?[72]. De acuerdo con la narrativa oficial de la transición, durante este proceso, las heridas abiertas de los españoles empezaron a cicatrizar. Siguiendo esta línea de análisis, ETA ha representado históricamente el único obstáculo hacia la reconciliación nacional. Esta narrativa oficial se ha ido extendiendo culturalmente dentro de la sociedad española, y está relacionada con dos limitaciones: la primera es la incapacidad de los medios de comunicación españoles de criticar los orígenes franquistas de la actual monarquía española teniendo en cuenta que Juan Carlos I fue nombrado sucesor por el dictador Franco, además de considerar el hecho de que Carrero Blanco fue una persona muy cercana al monarca; la segunda limitación son las dificultades que han tenido diversas organizaciones de derechos humanos a la hora de obtener permiso por parte de las administraciones públicas para poder abrir fosas comunes en las que se encuentran muchos cadáveres de la represión franquista. Por otro lado, las víctimas de ETA han tenido durante las últimas décadas toda la atención mediática y, en este sentido, han sido (justamente) reconocidas por el sistema democrático español. Podemos afirmar que, desde un análisis de fuentes primarias de partidos políticos y sindicatos que han formado parte de la Izquierda Abertzale, un análisis de las emociones de los militantes de ETA tiene la potencialidad de promover una ruptura con el «Régimen del 78», el cual la gran mayoría de la literatura escrita sobre la transición ha contribuido a crear[73].
Si la historia se define por cómo los individuos y las sociedades cambian a lo largo del tiempo, ETA y sus violencias tienen un principio (la década de los sesenta), un final (2011, momento en el que decide abandonar las armas) y, por tanto, una historia. ¿Cómo se puede entender el conflicto vasco y su largo recorrido a través de las emociones de unos militantes de ETA que viven y sienten de maneras diferentes las distintas etapas del régimen político español de 1978? Mi entrevista con Josu Amantes, antiguo militante de ETA y condenado como Etxegarai a más de veinte años de cárcel, representa la continuación de dicho régimen político, pasando de los setenta y el desencanto de Etxegarai con la transición, al dolor físico y directo que sufre Amantes con las acciones de los GAL en los ochenta. Al transcribir la entrevista de Amantes, me di cuenta de que contenía ese dolor para poder contar su historia. Como dice Thompson, «el argumento más poderoso para que una entrevista fluya de una manera libre no es tanto buscar información, sino como recoger una “narrativa de la entrevista”, recoger un “contenido subjetivo” sobre cómo un hombre o una mujer mira hacia atrás su vida de una forma completa o de una forma parcial»[74]. Teniendo en cuenta que los dos eran militantes de ETA, las historias de vida de Etxegarai y Amantes son totalmente diferentes. En este sentido, sus subjetividades representan diferentes imaginarios colectivos del «Régimen del 78». El fenómeno de los GAL parece ser «una isla» dentro del «Régimen del 78» donde los militantes de ETA (retratados constantemente como meros criminales comunes por los medios españoles) no han sido directamente relacionados como víctimas de este grupo paramilitar.
Como español nacido en 1985, no hay duda de que mi historia de vida también ha sido condicionada por las representaciones culturales del «Régimen del 78» (con ETA representando su principal antagonista), y esto ha influido en la manera en la que he llevado a cabo las entrevistas, un proceso que maduró a la vez que mis experiencias de vida con los militantes de ETA. En este sentido, mi actitud con los militantes de ETA durante las entrevistas estuvo marcada por un profundo respeto. Por un lado, sentí el privilegio de tener acceso de primera mano a unas experiencias de vida tan intensas. Sin embargo, por otro, esta emoción de «sentirme privilegiado» me limitó a la hora de abordar ciertos temas durante las entrevistas, como la violencia ejercida por Etxegarai y Amantes a otras personas durante su militancia en ETA. Ellos fueron militantes durante las décadas de los setenta y los ochenta, en un tiempo donde ETA aún disfrutaba de considerables niveles de apoyo social entre los vascos, en parte debido a los grupos paramilitares que aún existían. Durante los noventa, los vascos se empezaron a hartar de esa violencia de ETA y la organización empezó a perder apoyos. Mi entrevista con Gorka García Sertucha, que fue condenado por intentar asesinar al rey Juan Carlos I en 1993, tuvo lugar en un periodo en el cual mi experiencia como entrevistador me dio la confianza de poder preguntar abiertamente a un militante de ETA acerca de sus acciones armadas. Aunque Sertucha es en parte producto de dos generaciones previas de militantes de ETA (como la de Etxegarai y la de Amantes) que lucharon contra una cultura posfascista (en la forma de terrorismo de Estado) que aún estaba presente en la vida cotidiana de los españoles, un análisis estructural de este fenómeno no sería suficiente para entender el contexto cultural de la sociedad vasca en los noventa. Sertucha demostró durante la entrevista que su intención de asesinar al rey no le provocó contradicciones personales, como por ejemplo el conflicto moral de quitarle la vida a otro ser humano. La ETA de los noventa fue definida por la sociedad española, así como por los mismos militantes, de una manera en la que se aceptaba más el rol de perpetrador que el sufrimiento vivido por los militantes de ETA y otros miembros de la Izquierda Abertzale en forma de torturas por la policía española.
Aunque la literatura escrita sobre la ETA de los noventa se ha enfocado en el declive de su apoyo popular, exclusivamente desde este contexto no nos es posible explicar la historia de vida de Sertucha