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Un puñado de esperanzas 3. Irene MendozaЧитать онлайн книгу.

Un puñado de esperanzas 3 - Irene Mendoza


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       Epílogo

       Recomendación de la autora

       Si te ha gustado este libro…

      Soy lo que has hecho de mí. Toma mis elogios, toma mi culpa, toma todo el éxito, toma el fracaso, en resumen, tómame.

      Grandes Esperanzas, Charles Dickens

PRIMERA PARTE

      Capítulo 1

      She’s A Lady

      Astoria, Queens, finales de mayo de 2030

      Frank se miró en el espejo que adornaba una de las paredes del salón de nuestra casa y bufó de frustración un par de veces, pellizcándose las mejillas.

      —¿Qué pasa, amor? —pregunté quitándome las gafas para leer, dejando de ojear un libro, medio aburrido y obviando todo lo que había tardado en decidir qué ponerse.

      —Creo que dentro de poco pareceré una pasa —dijo haciendo un puchero.

      Me levanté del sofá Chester y me acerqué a ella, que continuaba frente al espejo con un mohín de disgusto y la rodeé con mis brazos. En el plato de vinilos sonaba un viejo éxito de Tom Jones, She’s A Lady.

      —Una pasa preciosa —dije retirándole el pelo para besar su cuello y aspirar su aroma.

      —¡No te burles, Mark!

      —No lo hago. Apenas tienes arrugas, no exageres —le dije con ternura—. Yo sí que estoy arrugándome. ¿Lo ves?

      Era cierto, tenía patas de gallo, el entrecejo marcado y los rasgos más afilados. Ella observó mi reflejo en aquel espejo con marco dorado envejecido, la última sugerencia decorativa de Pocket para nuestra casa y se apoyó en mí. Pude sentir el calor de su cuerpo a través de la ropa.

      —Los hombres siempre tenéis el recurso machista de decir que sois «maduritos atractivos». Con nosotras no hay piedad. En breve seré invisible —suspiró—. Pero da igual. No pienso dedicar todas mis energías a evitar algo que es cuestión de tiempo y ponerme bótox hasta parecer una esfinge y no poder ni reír por miedo a mearme encima.

      Reí con el comentario y la apreté un poco más contra mi cuerpo haciéndola sentir mis músculos a conciencia. Tenía toda la razón, como siempre.

      Yo me mantenía en forma boxeando en el gimnasio de Joe, como siempre. Bueno, sí he de ser sincero, más que en forma. Me encontraba muy bien para mi edad, no es por presumir.

      Soy de natural delgado y musculoso, pero había empezado a cuidarme bastante más en cuanto a la comida porque en mis análisis médicos del año anterior había salido que tenía alto el colesterol y Frank no me dejaba bajar la guardia.

      «Quiero tenerte en perfectas condiciones sexuales hasta al menos dentro de otros cincuenta años, chéri. Ya sabes que una buena circulación de la sangre lo es todo en cuanto al miembro masculino se refiere», me decía.

      En cuanto a ella…, Frank siempre estuvo a otro nivel. Ya lo decía Tom Jones, era una dama, tenía estilo. Ella era guapa, con una belleza elegante, distinguida, simplemente lo era. No solo por su físico. Seguía teniendo un cuerpo bello y absolutamente deseable, pero para mí era hermosa por sus pecas, su nariz chata y respingona, sus deliciosos labios cuando sonreía, sus ojos del color del caramelo y sobre todo por su inteligencia y su personalidad apasionada. Y porque era mi Frank y me hacía unas felaciones gloriosas, lo reconozco. Continuaba siendo ella, ingeniosa, divertida, dulce, vibrante de entusiasmo en todo cuanto hacía o decía y eso era lo que realmente la convertía en alguien tan atrayente. Era sincera y leal a pesar del tiempo, del dinero y de ser la gerente y principal inversora de la Academia de Artes Escénicas Charmaine Moore.

      —Eres hermosa, con arrugas y sin ellas, y siempre lo serás, amor. Eso no lo puede cambiar nada, ni todo el tiempo del mundo, y nunca serás invisible para mí.

      —Tu tampoco estás tan mal para tus cuarenta y siete años, chéri —sonrió.

      Frank se giró para rodearme el cuello con sus brazos y yo la besé con suavidad en los labios. Después tomé su rostro entre mis manos y lo observé en silencio durante unos preciosos segundos. Tenía unas graciosas marcas de expresión en los ojos cuando sonreía. Lo hacía mucho y siempre he querido pensar que gracias a mí. Sus ojeras estaban más marcadas, sus mejillas menos redondeadas y ya tenía algunas canas que se empeñaba en teñir, pero no tantas como yo, que ya las lucía generosamente en las patillas.

      Ella también intentaba mantenerse en forma con algo de pilates, yoga o nadando, pero su personalidad la incapacitaba para ser constante y, aunque su cintura no hubiese vuelto a ser la misma después de tres embarazos, a mí no me importaba en absoluto porque seguía teniendo un trasero que me volvía loco, su piel era igual de suave y continuaba estremeciéndose del mismo modo espectacular cada vez que la acariciaba.

      Creía conocerla perfectamente, aunque siempre lograba sorprenderme de cuando en cuando, a pesar de llevar veinte años juntos, pero en aquel momento, gracias al conocimiento mutuo y la intuición que da la convivencia, pude darme cuenta de aquel malestar suyo.

      —Nena… ¿Todo esto no será por tu próximo cumpleaños?

      —La verdad es que sí —resopló—. Ahora mismo no tengo ninguna gana de cumplir los cuarenta.

      Volví a reír abrazándola con fuerza.

      —Pensé que era yo el único anticelebraciones. A ti siempre te han encantado las fiestas de cumpleaños, los bautizos y las bodas —bromeé para ponerme serio de pronto—. Te aseguro que cuando tengas noventa años seguiré deseándote igual que ahora.

      Se lo dije sabiendo que cada palabra era real y la besé en el cuello suavemente. Frank ronroneó y yo le rodeé la cintura y la atraje hacia mí.

      —¿Con noventa años crees que lo seguiremos haciendo? —sonrió.

      —Estoy seguro. Con las mismas ganas de siempre —le dije al oído.

      Mis caderas se pegaron a las suyas y noté cómo respiraba hondo, lo bastante como para que sus senos rozaran mi pecho haciendo que mi pelvis se balanceara hacía adelante y rozara la suya suavemente. Ella se frotó contra mi cuerpo y seguí el compás de sus movimientos, casi imperceptibles. Tomé sus manos y enredé mis dedos en ellas para mantenerlas bajas, a cada costado de su cuerpo, y pegué mi frente a la suya sin dejar de mirar sus ojos. El balanceo de nuestros cuerpos persistía haciéndome sentir en el estómago aquel calor pesado y profundo del deseo. Continuamos así, casi sin menearnos, y noté un leve estremecimiento en Frank que se propagó hasta mi cuerpo e hizo que el mío se contagiase del suyo y que la piel se me erizase. Mis dedos apretaron los suyos y sentí su mano con fuerza contra la mía.

      —Se me están quitando las ganas de salir —susurró en mi boca haciendo que sintiese sus palabras sobre mis labios.

      —Pero se lo habíamos prometido a Pocket y ya estás preparada… por fin —reí con una de mis socarronas sonrisas torcidas.

      Frank me propinó un codazo en el costado haciéndome reír con más fuerza.

      —Está bien, saldremos —dijo—. Me da pena que Jalissa haya decidido pedir el divorcio al final.

      —Sí, a mí también. Pensé que cambiaría de opinión —suspiré acariciando sus dedos enredados entre los míos—. El pobre Pocket está hecho polvo. No levanta cabeza.

      —Pues ella está genial. Más guapa que nunca. La vi muy bien el otro día, cuando comimos juntas. Hablamos de su nuevo trabajo y me dijo que… bueno, que había comenzado


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