Cómo volar un caballo. Кевин ЭштонЧитать онлайн книгу.
que todos fueran igualmente creativos. Crear, lo mismo que cualquier otra aptitud humana, ocurre en un espectro de competencia. Pero todos podemos hacerlo. No hay una cerca eléctrica entre quienes pueden crear y los que no, con los genios de un lado y la población general del otro.
El trabajo de Newell y el de otros miembros de la comunidad de la inteligencia artificial debilitó el mito de la creatividad. Así, algunos científicos de la nueva generación concibieron la creación de otra forma. Uno de los más importantes fue Robert Weisberg, psicólogo cognitivo de la Temple University, en Filadelfia. Weisberg era aún un estudiante universitario en los primeros años de la revolución de la inteligencia artificial y pasó los primeros años de la década de 1960 en Nueva York, antes de obtener su doctorado en Princeton e incorporarse al profesorado de Temple, en 1967. Dedicó su carrera a probar que crear es innato, común, y para todos.19
La visión de Weisberg es simple. Se basó en el argumento de Newell de que el pensamiento creativo es lo mismo que la resolución de problemas, pero añadió que el pensamiento creativo es lo mismo que el pensamiento en general, aunque con un resultado creativo. En sus propias palabras, “cuando se dice que alguien ‘piensa creativamente’, se alude al resultado del proceso, no al proceso mismo. Aunque el impacto de las ideas y productos creativos puede ser profundo en ocasiones, los mecanismos a través de los cuales ocurre una innovación pueden ser muy ordinarios”.20
Dicho de otra forma, el pensamiento normal es rico y complejo, tanto que a veces puede dar resultados extraordinarios, o “creativos”. No necesitamos otros procesos. Weisberg demostró esto de dos maneras: con experimentos cuidadosamente diseñados y detallados estudios de caso de actos creativos, del Guernica de Picasso al descubrimiento del ADN y la música de Billie Holiday. En cada ejemplo, usando una combinación de experimento e historia, demostró que la creación puede explicarse sin recurrir al genio ni a grandes saltos de la imaginación.
Weisberg no escribió sobre Edmond, pero su teoría se aplica a la historia de éste. Al principio, el descubrimiento de Edmond de cómo polinizar la vainilla pareció inmotivado y milagroso. Pero hacia el final de su vida, Férréol Bellier-Beaumont reveló cómo resolvió el joven esclavo el misterio de la flor negra.
Férréol inició su historia en 1793, cuando el naturalista alemán Konrad Sprengel descubrió que las plantas se reproducen sexualmente. Llamó a esto “el secreto de la naturaleza”. Este secreto no fue bien recibido; los colegas de Sprengel no querían oír que las flores tenían vida sexual.21 Sus hallazgos se extendieron de todos modos, en especial entre botánicos y agricultores, más interesados en cultivar buenas plantas que en juzgar la moral de las flores. Fue así como Férréol se enteró de cómo fertilizar manualmente la sandía, “uniendo la partes masculina y femenina”. Se lo enseñó a Edmond, quien, como Férréol lo describiría más tarde, “se dio cuenta de que la flor de la vainilla también tenía los elementos masculino y femenino, resolviendo para sí cómo juntarlos”. El descubrimiento de Edmond, pese a su enorme impacto económico, fue un paso gradual, pero eso no lo vuelve menos creativo. Todos los grandes descubrimientos, aun los que parecen saltos transformadores, son pequeños brincos.
Las obras de Weisberg, Creativity: Genius and Other Myths y Creativity: Beyond the Myth of Genius, no eliminaron la visión mágica de la creación ni la idea de que las personas que crean son una especie aparte. Pero es más fácil vender secretos. Algunos títulos actualmente disponibles en las librerías aparentan ser revelaciones, por ejemplo, 10 cosas que nadie te ha dicho sobre cómo ser creativo, 39 claves de la creatividad, 52 maneras de dejar fluir tu creatividad, 62 ejercicios para liberar tus más creativas ideas, 100 oportunidades de creatividad y 250 ejercicios para despertar tu cerebro.22 Los libros de Weisberg, en cambio, están agotados.23 El mito de la creatividad no muere fácilmente.
Pero cada vez está menos de moda y Weisberg no es el único experto en abogar por una teoría de la creación sin epifanías y para todos. Ken Robinson mereció el título británico de caballero por su trabajo sobre la creación y la educación, y es famoso por sus conmovedoras y divertidas charlas en la conferencia anual de TED (por tecnología, entretenimiento y diseño) en California. Uno de sus temas es cómo la educación reprime la creación. Describe “la magnífica capacidad de los niños para innovar”, y dice que “todos los niños tienen un talento enorme, que nosotros desaprovechamos sin miramiento”. La conclusión de Robinson es que “la creatividad es ahora tan importante en la educación como la alfabetización y debemos concederle igual categoría”.24 El caricaturista Hugh MacLeod dice lo mismo en forma más colorida: “Todos nacemos creativos; en el jardín de niños todos recibimos una caja de crayones. Cuando, años después, sentimos de repente el ‘gusanito de la creatividad’, es una vocecita que nos dice: ‘¡Devuélvanme mis crayones, por favor!’”.25
5 TERMITAS
Si el genio fuera un prerrequisito para crear, debería ser posible identificar por adelantado el talento creativo. Este experimento se ha intentado muchas veces. La versión más conocida fue iniciada en 1921 por Lewis Terman, y continúa aún.26 Terman, psicólogo cognitivo nacido en el siglo XIX, fue un eugenista que creía que la raza humana podía mejorar mediante la crianza selectiva, un clasificador de individuos según sus aptitudes, como él las percibía. Su más famoso sistema de clasificación fue la prueba de CI de Stanford-Binet, la cual ubicaba a los niños en una escala “que va de la idiotez al genio”, con clasificaciones intermedias como “retardado”, “débil mental”, “delincuente”, “lerdo normal”, “promedio”, “superior” y “muy superior”. Terman estaba tan seguro de lo certero de su prueba que pensaba que sus resultados revelarían un destino inmutable. También creía, como todos los eugenistas, que los afroestadunidenses, mexicanos y otros eran genéticamente inferiores a los blancos de habla inglesa. Los describía como “los talladores de madera y cargadores de agua del mundo”, carentes de aptitud para ser “votantes inteligentes o ciudadanos capaces”. Los niños, decía, “deben separarse en clases especiales”. A los adultos “no se les debería permitir reproducirse”. A diferencia de casi todos los demás eugenistas, Terman se propuso probar sus prejuicios.
Su experimento se llamó Genetic Studies of Genius. Era un estudio longitudinal, lo cual quiere decir que seguiría a sus sujetos por un largo periodo. Rastreó a más de mil quinientos niños residentes en California e identificados como “talentosos” por su prueba de CI o un esquema parecido. Casi todos los participantes eran blancos y de familia de clase alta o media. La mayoría eran hombres. Esto no es de sorprender: entre los 168,000 niños considerados para esa reserva de 1,500, sólo había un negro, un indio, un mexicano y cuatro japoneses. Los sujetos de la investigación, con un CI promedio de 151, se llamaban a sí mismos “termitas”. Cada cinco años se recolectaban datos sobre el progreso de sus vidas. Incluso, cuando Terman murió, en 1956, otros continuaron su investigación, determinados a proseguirla hasta que el último de los participantes se retirara o falleciera.
Treinta y cinco años después de comenzado el experimento, Terman enumeró orgullosamente los éxitos de “sus niños”:
Casi 2,000 ponencias y artículos científicos y técnicos, y 60 libros y monografías de ciencias, literatura, artes y humanidades. Las patentes recibidas son al menos 230. Textos adicionales en los que se incluyen 33 novelas; 375 cuentos, novelas cortas y obras de teatro; 60 o más ensayos, críticas y bocetos, y 265 artículos misceláneos. Cientos de publicaciones periodísticas clasificadas como artículos, editoriales o columnas. Cientos, sino es que miles, de guiones para radio, televisión o cine.
La identidad de la mayoría de las termitas es confidencial. Unas treinta han revelado su participación. Algunas fueron creadoras notables. Jess Oppenheimer trabajó en televisión y fue el principal desarrollador de la comedia ganadora del Emmy I Love Lucy. Edward Dmytryk fue director de cine, e hizo más de cincuenta películas en Hollywood, entre ellas The Caine Mutiny, estelarizada por Humphrey Bogart, la segunda cinta más vista en 1954, nominada a varios premios Oscar.
A otros participantes no les fue tan bien. Encontraron empleos más comunes como policías, técnicos, choferes de camión o secretarias. Uno