Un novio en el mar. Debbie MacomberЧитать онлайн книгу.
—Seguro que no tendrás problemas.
Pero Shana tenía sus dudas.
—Si no recuerdo mal, eso mismo fue lo que me dijiste cuando te pregunté si podía bajarme de la litera de arriba volando.
—¿Qué sabía yo? Sólo tenía seis años —le recordó Ali—. Nunca me has perdonado eso, ¿verdad?
—Todavía me duele el golpe que me di.
En ese momento sentía algo parecido. Pese a lo que le había asegurado a su hermana, seguía esforzándose por recobrar el equilibrio, por reinventar su vida bajo nuevos términos. Sin Brad, sin la nómina mensual, sin el familiar barrio de Portland. Y, ahora, su sobrina estaba a punto de complicar aún más la situación.
Los próximos seis meses iban a ser muy, pero que muy interesantes…
Capítulo 2
ALISON Karas no podía evitar preocuparse por la perspectiva de dejar a su hija de nueve años a cargo de su hermana Shana. No era un buen momento para Jazmine, y tampoco para Shana.
Su hermana parecía segura y confiada, pero Ali tenía dudas. Pese a lo que le había dicho, la ruptura con Brad debía de haberle afectado mucho. Además, Jazmine no se había tomado muy bien la noticia, y se sentía reacia a abandonar a sus nuevas amistades para trasladarse a Seattle.
Pero Ali no tenía otra opción. Los abuelos estaban descartados. La abuela paterna todavía no se había recuperado de la muerte de Peter, y además habría sido incapaz de lidiar con las exigencias de una niña. Peter había sido su único hijo, y los padres se habían divorciado cuando él era pequeño. Ambos se habían vuelto a casar y habían tenido hijos. Ninguno de los dos había mostrado un gran interés por Jazmine.
Jazmine entró en la habitación de Ali en ese momento y se dejó caer en la cama con gesto cansino.
—¿Ya has hecho tu maleta? —le preguntó. La suya estaba abierta en el otro extremo de la cama.
—No —rezongó la niña—. Esto de la mudanza es una porquería.
—Cuidado con lo que dices, Jazmine…
Se negaba a discutir con su hija. Lo cierto era que habría preferido no embarcarse, pero por el bien de Jazmine tenía que poner buena cara. Eso era lo más difícil de su vida en la Marina. Era viuda y madre, pero también enfermera militar, y no podía eludir sus responsabilidades.
—El tío Adam no vive lejos de Seattle —le recordó. Se había guardado esa noticia para el final, esperando que de esa manera se sintiera algo más contenta con la perspectiva del traslado.
—Está en Everett —replicó con tono apático.
—Eso sólo está a treinta o cuarenta minutos de Seattle.
—¿De veras?
Era la primera chispa de interés que revelaba su hija desde que le comunicó la noticia de su embarque.
—¿Sabe que vamos para allá?
—Aún no —tan ocupada había estado que no había tenido tiempo de avisar a Adam Kennedy, el padrino de Jazmine.
—¡Entonces tenemos que decírselo!
—Lo haremos. A su debido tiempo.
—Hazlo ahora —la niña saltó de la cama, corrió al salón y volvió con el teléfono inalámbrico.
—No tengo su número —con el trasiego de los preparativos, había guardado su agenda en una caja y en aquel momento no disponía de tiempo para buscarla.
—Yo sí —hizo una nueva escapada y volvió segundos después. Sin aliento, le entregó a su madre un papel doblado.
Ali lo desdobló. Había un número escrito con letra de adulto.
—El tío Adam me lo mandó. Me dijo que podía llamarlo siempre que necesitara hablar. Que no importaba a qué hora del día o de la noche lo telefoneara, así que llámalo, mamá. Esto es importante.
Ali resistió el impulso de averiguar si su hija se habría aprovechado con anterioridad de la oferta de Adam: era lo más probable. Para Jazmine, el amigo de su padre era un ángel en carne y hueso. El capitán de corbeta Adam Kennedy había constituido su más firme apoyo desde el mortal accidente de Peter.
Un fallo informático había sido el culpable de la muerte de Peter, a bordo de un F-18. El avión se estrelló en tierra y Peter murió inmediatamente. Ya habían transcurrido dos años, dos largos años, y cada día desde entonces Peter estaba presente. Su primer pensamiento del día era siempre para él, y su imagen la última que desfilaba por su cabeza antes de dormirse.
Formaba parte de ella. Lo veía en la sonrisa de Jazmine. O en sus ojos, de su mismo color verde-castaño.
Como oficial médico de primera, Ali estaba familiarizada con la muerte. Lo que no sabía cómo enfrentar eran sus consecuencias. Seguía luchando contra el dolor y, por eso, entendía tan bien la situación de su hermana. Sí, la ruptura de Shana era diferente, de una magnitud mucho menor, pero los efectos eran semejantes. Al romper con Brad, Shana también había tenido que renunciar a un sueño; un sueño que había acariciado durante cinco años.
—¡Mamá! —gritó Jazmine, exasperada—. ¡Marca el número!
—Oh, perdona… —murmuró Ali mientras se apresuraba a marcarlo. Casi inmediatamente se activó el contestador telefónico.
—¿No está? —inquirió la niña. No se molestó en disimular su decepción. Deprimida, se tumbó de espaldas en la cama.
Ali le dejó un mensaje, pidiéndole que se pusiera en contacto con ellas.
—¿Cuándo crees que nos llamará?
—No lo sé, pero procuraré que nos veamos. Si es posible, claro.
—Por supuesto que es posible. Él quiere verme. Y a ti también.
Ali se encogió de hombros.
—Puede que todavía no haya vuelto cuando yo tenga que tomar el avión, pero tú lo verás seguro, tranquila.
Jazmine no la miró. En lugar de ello, clavó la mirada en el techo con expresión triste. Se había mudado de hogar demasiadas veces y lo había llevado medianamente bien… hasta ahora. Ali no podía culparla por su descontento.
—Te encantará vivir con tu tía Shana, ya lo verás —probó una nueva táctica—. ¿Te dije ya que se ha comprado una heladería? ¿No te parece divertido?
Jazmine no se mostró en absoluto impresionada.
—No la conozco bien.
—Será vuestra oportunidad de que os hagáis amigas.
—Yo no quiero hacerme amiga suya.
—Las dos necesitamos adaptarnos y hacer un esfuerzo, Jazz. Tú tienes tan pocas ganas de que me vaya como yo de irme.
—Lo sé —Jazmine se sentó en la cama, abrazándose las rodillas.
—Y tu tía Shana te quiere mucho.
—Ya, claro…
—La heladería está justo enfrente de un parque —Ali lo intentó de nuevo.
—Qué bien.
—Jazmine…
—Ya lo sé, ya lo sé, perdona…
—Estos meses se pasarán volando —le pasó un brazo por los hombros—. Ya lo verás.
—No, no se pasarán volando —negó la niña, categórica—. Y yo tendré que volver a cambiar de colegio. Eso es algo que odio.
Cambiar de colegio, sobre todo a una época tan avanzada del año,