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Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor DostoyevskiЧитать онлайн книгу.

Lo mejor de Dostoyevski - Fiódor Dostoyevski


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usted arrebatada dije : Tiene usted miedo. Piensa que no va a venir.

      Bueno contestó . Si no estuviera tan feliz creo que su incredulidad y sus reproches me harían llorar. Por otro lado me ha devuelto usted el buen juicio y me ha dado mucho que pensar; pero lo pensaré más tarde; ahora le confieso que tiene usted razón. Sí, estoy un poco fuera de mí. Estoy a la expectativa y las cosas mas nimias me afectan. Pero, basta, dejémonos de sentimientos…

      En ese momento se oyeron pasos y de la oscuridad surgió un transeúnte que vino hacia nosotros. Los dos sentimos un escalofrío y ella casi lanzó un grito. Yo le solté la mano e hice ademán de alejarme. Pero nos habíamos equivocado; no era él.

      ¿Qué teme? ¿Por qué me ha soltado la mano? preguntó dándomela otra vez . ¿Qué pasa? Vamos a encontrarle juntos. Quiero que él vea cuánto nos queremos.

      «¡Ay, Nastenka, Nastenka pensé , cuánto has dicho con esa palabra! Un amor como éste, Nastenka, en ciertos momentos enfría el corazon y apesadumbra el alma. Tu mano está fría; la mía arde como el fuego. ¡Qué ciega estás, Nastenka! ¡Qué insoportable a veces es la persona feliz! Pero no puedo enfadarme contigo … »

      Por fin sentí que mi corazón rebosaba:

      Oiga, Nastenka exclamé . ¿Sabe lo que he hecho en el día de hoy?

      Bueno, ¿qué ha hecho? ¡A ver, de prisa! ¿Por qué no lo ha dicho hasta este instante?

      En primer lugar, Nastenka, cuando hice todos sus mandados, entregué la carta, estuve a ver a esas buenas gentes… fui a casa y me acosté…

      ¿Nada más? me interrumpió riendo.

      Sí, casi nada más respondí haciendo un esfuerzo porque en los ojos me escocían unas lágrimas estúpidas . Me desperté como una hora antes de nuestra cita, y me parecía que no había dormido. No sé lo que me pasaba. Se me antojaba que había salido para contarle a usted todo esto y que iba por la calle como si se me hubiese parado el tiempo, como si hasta el fin de mi vida debiera tener sólo una sensación, un sentimiento, como si, un minuto. debiera convertirse en una eternidad entera, y como si la vida se hubiera detenido en su curso… Cuando desperté creí que volvía a recordar un motivo musical de gran dulzura, largo tiempo conocido, oído antes en algún sitio. Se me figuraba que ese motivo había querido brotar de mi alma durante toda mi vida y que sólo ahora…

      ¡Dios mío! ¿Qué significa eso? No entiendo palabra.

      ¡Ay, Nastenka! Quería comnicarle a usted de algún modo esa extraña impresión… indiqué con voz lastimera en la que, aunque muy remota, latía aún la esperanza.

      ¡Basta, basta, no siga! dijo, y en un momento la pícara lo comprendió todo. De súbito se volvió locuaz, alegre y retozona. Me cogía del brazo, reía, quería que yo también riera, y recibía cada confusa palabra mía con larga y sonora carcajada. Yo empecé a sulfurarme y ella entonces se puso a coquetear.

      ¿Sabe? dijo . Me escuece un poco que no se enamore usted de mí. Después de esto, ¿qué voy a pensar de usted? Pero, de todos modos, señor inflexible, no puedo menos de alabarme por lo ingenua que soy. Yo le cuento a usted todo, todito, por grande que sea la tontería que se me viene a la cabeza.

      Escuche. Parece que están dando las once dije cuando se oyeron las campanadas de una lejana torre de la ciudad. Ella calló en el acto, dejó de reír y se puso a contar.

      Sí, las once acabó por decir con voz tímida e indecisa.

      Yo me arrepentí al punto de haberla asustado, de haberle hecho contar la hora, y me maldije por mi arrebato de malicia. Sentí lástima de ella y no sabía cómo expiar mi conducta. Me puse a consolarla, a buscar razones que explicaran la ausencia de él, a ofrecer argumentos y pruebas. Nadie era tan fácil de enganar como ella entonces, porque en momentos así todos escuchamos con alegría cualquier palabra de consuelo y nos contentamos con una sombra de justificación.

      Pero esto es ridículo dije yo, animándome cada vez más y muy satisfecho de la insólita claridad de mis pruebas , pero si no podía haber venido. Usted, Nastenka, me ha cautivado y confundido hasta el punto de que he perdido la noción del tiempo… Piense usted que apenas ha habido tiempo para que reciba la carta. Supongamos que no ha podido venir; supongamos que piensa contestar; en tal caso la carta no llegará hasta mañana. Yo mañana voy a recogerla tan pronto como amanezca y en seguida le diré a usted lo que hay. Piense, por último, en un sinfín de posibilidades, por ejemplo, que no estaba en casa cuando llegó la carta, y que quizá no la haya leído todavía. Todo ello es posible.

      Sí, sí contestó Nastenka , no había pensado en ello. Claro que todo es posible prosiguió con tono de asentimiento, pero en el que, como una disonancia enojosa, se percibía otra idea lejana . Mire lo que debe hacer. Usted va mañana lo más temprano posible y si recibe algo me lo dice en seguida. ¿Pero sabe usted dónde vivo? y empezó a repetirme sus señas.

      Luego, sin transición, se puso tan tierna y tímida conmigo… Parecía escuchar con atención lo que le decía, pero cuando me volví hacia ella para hacerle una pregunta, guardó silencio, quedó confusa y volvió la cabeza. Le miré los ojos. Efectivamente, estaba llorando.

      Pero, ¿es posible? ¡Qué niña es usted! ¡Pero qué niñería!… Vamos, basta.

      Trató de sonreír y se calmó, pero aún le temblaba la barbilla y le palpitaba el pecho.

      Estoy pensando en usted me dijo tras un momento de silencio . Es usted tan bueno que una tendría que ser de piedra para no notarlo. ¿Sabe lo que ahora se me ha ocurrido? Pues compararles a ustedes dos. ¿Por qué él y no usted? Él no es tan bueno como usted, aunque le quiero más que a usted.

      Yo no contesté. Ella, por lo visto, esperaba que dijera algo.

      Claro que quizá no le comprendo a él bien todavía, que no le conozco bien. Parecía, ¿sabe usted? como si siempre le tuviera miedo, por lo serio que estaba siempre, por lo así como orgulloso que parecía. Por supuesto que era sólo por fuera. En el corazón tiene más ternura que yo. Recuerdo cómo me miraba cuando, como ya le he dicho, fui a buscarle con el hatillo de ropa. Pero aun así, le tengo, no sé por qué, demasiado respeto y esto crea cierta desigualdad entre nosotros.

      No, Nastenka respondí , eso quiere decir que usted le quiere más que a nadie en el mundo, mucho más de lo que usted se quiere a sí misma.

      Bueno, supongamos que sea así dijo la inocente Nastenka . ¿Sabe usted lo que se me ocurre? Pero ahora no quiero hablar por mí sola, sino en general. Esto ya lo pensé hace tiempo. Escuche, ¿por qué no nos tratamos unos a otros como hermanos? ¿Por qué hasta el hombre más bueno disimula y calla en presencia de otro? ¿Por qué no decir sin rodeos lo que tiene uno en el corazón, inmediatamente, cuando sabe uno que su palabra no se la llevará el viento? ¿Por qué parecer más adusto de lo que uno es en realidad? Es como si cada cual temiera violentar los propios sentimientos si los expr:esa libremente.

      ¡Ah, Nastenka, dice usted verdadl Eso resulta de varios motivos interrumpí yo, que en ese instante reprimía mis propios sentimientos más que nunca.

      No, no respondió ella con profunda emoción . Usted, por ejemplo, no es como los otros. Francamente, no sé cómo decirle lo que siento, pero creo que usted, por ejemplo…, aunque ahora…, me parece que usted sacrifica algo por mí agregó con timidez, lanzándome una ojeada fugaz . Perdone que le hable así. Soy una muchacha sencilla, he visto poco mundo y la verdad, no sé cómo expresarme a veces añadió con voz que algún oculto sentimiento hacía temblar, y procurando sonreír al mismo tiempo . Pero sólo quería decirle que soy agradecida y que comprendo todo esto… ¡Que Dios se lo pague haciéndole feliz! Lo que me contó usted de su soñador no tiene pizca de verdad; quiero decir, que no tiene ninguna relación con usted. Usted se repondrá. Usted es muy diferente de como se pinta a sí mismo. Si alguna vez se enamora ¡que Dios le haga feliz


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