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Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor DostoyevskiЧитать онлайн книгу.

Lo mejor de Dostoyevski - Fiódor Dostoyevski


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en voz alta, pero sin darme cuenta. No pretendía en modo alguno reanudar la conversación.

      -¿Un ataúd.

      -Sí, en la plaza del Heno. Lo sacaron de un sótano. -¿De un sótano.

      -Sí, de una habitación del subsuelo… Bueno, ya comprenderás: de una casa de mala nota… ¡Cuánta porquería alrededor! Escombros, basuras… ¡Cómo apestaba aquello! ¡Era horrible! Silencio.

      -En un día como éste es muy desagradable enterrar a los muertos -dije, sólo para no estar callado.

      -¿Por qué.

      -El frío, la humedad…

      Bostecé.

      -¿Eso qué importa? -dijo Lisa de pronto, tras una pausa.

      -Es un espectáculo muy triste. -Y bostecé de nuevo-. Los enterradores lanzan tacos porque la nieve los empapa. y las fosas, naturalmente, están llenas de agua.

      -¿Por qué es natural que haya agua en las fosas? -preguntó Lisa con cierta curiosidad pero en un tono todavía más seco y áspero que antes.

      De pronto sentí que algo despertaba en mí.

      -¿Cómo que por qué? Siempre hay quince centímetros de agua en las fosas del cementerio de Volkovo.

      -¿Por qué.

      -Pues porque el suelo está lleno de agua: por todas partes hay pantanos. El ataúd se deposita sobre el agua. Lo he visto muchas veces.

      (Nunca lo había visto; es más, nunca había estado en el cementerio de Volkovo. Pero lo había oído contar.)

      -¿De veras no te importa morir.

      -¿Por qué he de morir? -respondió Lisa, como defendiéndose.

      -Un día u otro morirás. Y tu muerte será como la de ésa de que acabo de hablarte. También ella era una muchacha… Murió de tisis.

      -Esa clase de chicas mueren en un hospital… «Lo sabe todo», pensé. Y dije:

      -Le debía mucho a su patrona.

      La conversación me excitaba cada vez más.

      -Por eso -añadí- siguió trabajando, a pesar de su tisis, hasta el límite de su vida. Los cocheros que andaban por allí hablaban de la difunta con los soldados. Seguramente habían sido amigos de ella. Entre risas, se invitaban a beber en su memoria en la taberna (una taberna muy frecuentada por mí).

      Silencio, un silencio profundo. Lisa estaba completamente inmóvil.

      -Has nombrado el hospital. ¿Es que allí se muere mejor.

      -Ni mejor ni peor. Pero ¿por qué he de morir? -repuso, enojada.

      -No en seguida: más adelante.

      -Habrá de pasar mucho tiempo.

      -¡No lo creas! Ahora eres joven y bonita, y por eso te aprecian aquí. Pero al cabo de un año de llevar esta vida será muy diferente: te habrás marchitado.

      -¿Al cabo de un año.

      -Por lo menos, en un año perderás mucho -insistí pérfidamente-. Tendrás que dejar esta casa por otra peor. Y, transcurrido otro año, habrás de pasar a una tercera, inferior a la segunda, y esto continuará, de modo que, al cabo de seis o siete años, estarás en los sótanos de la plaza del Heno. Y esto podrá pasar. Lo malo será si te pones enferma…, si te enfrías y enfermas del pecho… O cualquier otro mal… Viviendo como vives, la enfermedad se agravará. Nunca podrás curarte. Por lo tanto, morirás.

      -Bueno, ¿y qué? -replicó irritada, con una sacudida de todo su cuerpo.

      -¿No te parece triste.

      -¿Qué tengo que perder? -¡La vida! Silencio.

      -¿Tenías novio.

      -¡A usted qué le importa.

      -No me interesa saberlo. Son cosas que no me incumben. No te enfades. Es evidente que has tenido contrariedades. Cierto es que esto no me importa, pero me compadezco.

      -¿De quién? -De ti.

      -No vale la pena -dijo en voz muy baja.

      y otra vez se agitó todo su cuerpo. ;. Este desdén me irritó. ¡Tan amable como había sido con

      ella, en cambio, me....

      -Pero ¿qué te has creído? ¿Te imaginas que vas por buen camino.

      -No me imagino nada.

      -Eso es lo malo. ¡Vuelve en ti! ¡Todavía estás a tiempo! Sí, todavía estás a tiempo. Eres joven y bonita. Puedes querer, casarte, ser feliz…

      -No todas las casadas son felices-dijo Lisa con su habitual aspereza.

      -No todas, ciertamente. Sin embargo, cualquier cosa es mejor que permanecer aquí. No hay comparación posible. Cuando se ama, incluso se pude prescindir de la felicidad. La vida es bella aún cuando se sufre. Vivir es grato, cualquiera que sea la clase de vida. ¡En cambio, esto…! ¡Es una podredumbre, un horror.

      Le volví la espalda, contrariado. Ya no razonaba fríamente. Empezaba a sentir lo que decía, y hablaba con ardor creciente. Me dominaba el deseo de exponer las modestas pero queridas ideas que había incubado en mi rincón. Algo se había encendido en mí de pronto, y esta luz mostraba a mis ojos un objetivo.

      -No hagas caso de mi presencia. No debes tomar ejemplo de mí. Quizá sea peor que tú. Además, estaba borracho :cuando vine.

      Me disculpé de ello y proseguí. -La mujer no puede seguir al hombre. Son completamente distintos. Yo me mancho, me ensucio cuando estoy aquí, pero no soy esclavo de nadie. Entro, pero luego salgo, y cuando estoy fuera, me sacudo, y ya soy otro completamente distinto. ¡En cambio, tú…, tú eres una esclava! ;í, una esclava. Has renunciado a todo, incluso a tu voluntad. Más adelante querrás romper estas cadenas, pero te será imposible. Te ceñirán cada día más estrechamente. Sí son estas malditas cadenas. Las conozco. No te diré nada más sobre este asunto. Seguramente no me comprenderías. Pero dime, sé franca: ¡verdad que ya estás en deuda con tu patrona? ¿Ves como sí? -añadí, aunque ella no me había respondido pues se limitaba a escucharme en silencio, con ávida atención-. Ahí tienes la primera cadena. Jamás podrás librarte de ella. Ya se las arreglarán )ara que no puedas. Es como si hubieses vendido tu alma al diablo… En fin, ¿qué sabes tú de todo esto? Tal vez soy tan desgraciado como tú y me hundo en el lodo para olvidar mi sufrimiento. Unos buscan el olvido en la bebida; yo o busco viniendo aquí. Dime: ¿está esto bien?.. Nos hemos acostado sin decimos ni una sola palabra. Sólo cuando has empezado a observarme con expresión salvaje te le mirado también yo. ¿Es así como se ama? ¿Es así como el hombre y la mujer deben unirse? Esto es sencillamente repulsivo.

      -¡Sí! -se apresuró Lisa a afirmar secamente. La precipitación con que pronunció este «sí» me asombró. De ello deduje que mi juicio le rondaba también a Lisa por la cabeza mientras me miraba fijamente de cuando en cuando. «Por lo tanto, es capaz de tener ideas. ¡Diablos!, esto se pone interesante. Posee cierta inteligencia», me decía, casi frotándome las manos. ¿Cómo, pues, no , llegar hasta los confines de un alma tan joven.

      Este juego me atraía cada vez más.

      Avanzó la cabeza hacia mí. En la oscuridad me pareció que la apoyaba en sus manos. ¿Me estaba observando? Sentía de veras no poder distinguir sus ojos. Oía su profunda respiración.

      -¿Por qué viniste aquí? -le pregunté con cierta rudeza.

      -Las cosas…

      -Sin


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