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El mundo prodigioso de los ángeles. Susana RodriguezЧитать онлайн книгу.

El mundo prodigioso de los ángeles - Susana Rodriguez


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sin duda alguna, las mismas que el profeta Ezequiel evocó en sus visiones. Además de un aspecto monstruoso – con un rostro que mezclaba lo humano, lo leonino y lo bovino–, estas esculturas estaban dotadas de un doble par de alas, superiores e inferiores, que se juntaban en el centro de su espalda.

      Junto con otros genios de una morfología tan insólita como la suya, por lo general representados con forma de toros alados, compartían una doble función respecto a la divinidad y al hombre, pues servían al uno y protegían al otro.

      Decir que esos genios mantienen una serie de vínculos especiales con los futuros ángeles de las religiones cristiana y musulmana no constituye en absoluto una herejía. Algunos historiadores resaltaron que rastros de sus perfiles podían encontrarse, siglos más tarde, en las esculturas de algunas catedrales románicas.

      Además, si se hace hincapié en que los primeros redactores de los textos bíblicos empezaron su obra tras el exilio de Babilonia, se pondrán en contexto las influencias espirituales y artísticas de las que fueron objeto.

      El amplio panteón de las divinidades asiriobabilónicas cuenta con, entre otros, el dios Anu (que en sumerio significa «cielo»), quien tenía a su servicio unos seres muy particulares llamados sukkali (concretamente, la mujer y una larga comitiva de hijos) a los que utilizaba para entrar en contacto con los seres humanos. De hecho, el término sukkal significa «mensajero».

      La función de protección del hombre se confiaba, en cambio, a divinidades personales que tenían la misión de contrarrestar desde el nacimiento los espíritus malignos, pero que abandonaban al individuo a su propio destino si cometía actos pecaminosos (algo que los ángeles bíblicos no hacen).

      También se atribuye a los asiriobabilónicos la definición de dos de las formaciones de ángeles más importantes: querubines y serafines.

      Asimismo, las religiones de la antigua Persia, como el zoroastrismo, cuentan con figuras que presentan muchas afinidades con los ángeles. El dios supremo Ahura-Mazda (el «Sabio Señor») generó seis entidades (Amesha Spenta, los «Benéficos Inmortales») que siempre están cerca de él, que participaron en la creación del mundo y que a menudo intervienen en los acontecimientos del mundo.

      El zoroastrismo, en particular, cree en la existencia de un ser con funciones análogas a las del ángel de la guarda, la Fravashi, que se configura como una especie de «doble» trascendente del individuo que lleva a cabo funciones protectoras. La existencia de las Fravashi de todos los seres humanos es anterior al nacimiento de los individuos, y en la eternidad se encuentran delante de Ahura-Mazda, quien las utiliza para gobernar el universo. Por ello constituyen una asamblea permanente de todos los que deben nacer, de aquellos que han nacido y de quienes han muerto.

      El judaísmo dio pie a la creación de una literatura rabínica muy rica constituida por los llamados Apócrifos veterotestamentarios; es decir, textos que, aunque trataban temas análogos a los que se encontraban en los libros «oficiales» de la Biblia, no se aceptaron como sagrados.

      En estos textos se reflexionaba también sobre muchos temas que más tarde se retomarían en el Talmud y en el Midrash. Los Apócrifos están dedicados en gran parte a la angelología (en particular, el Libro de Enoc, como veremos posteriormente), enriqueciéndola con elementos coreográficos y con descripciones minuciosas que están casi ausentes en los libros canónicos. Se habla, por ejemplo, del ángel de la escarcha, del granizo y de la nieve.

      Desde el mundo griego nos llega una contribución a la angelología: Homero, a través de sus poemas, da forma a las figuras de Hermes y de Iride, mensajeros de los dioses, única función que los emparenta, de alguna manera, con los ángeles bíblicos.

      Bastante más cercanos a ellos están los daimones (divididos entre buenos y malos): se trata de almas divinizadas de nuestros antepasados, que ejercen de mediadores entre dioses y hombres, que protegen a estos últimos y, además, tienen la función de regir los elementos de la naturaleza. Sobre estos seres intermediarios no sólo se habla en la religión y en la mitología, sino también en la filosofía, pues tanto Sócrates como Platón se refieren a ellos más de una vez.

      Sobre el papel de los ángeles en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hablaremos posteriormente en un capítulo independiente (véase la página 43).

      Los ángeles en la gnosis

      Los ángeles aparecen también, pero de forma muy original, en la propia cultura gnóstica que se desarrolla en Oriente durante el inicio de la era cristiana y que confluye en el cristianismo de los primeros siglos en forma de una herejía que los Padres de la Iglesia combatieron con dureza.

      La gnosis (que en griego significa «conocimiento») se manifiesta como una tendencia religiosa de tipo sincrético que recoge diversos elementos procedentes de las distintas religiones mistéricas, de las corrientes mágicas y astrológicas, del hermetismo, del judaísmo alejandrino y de las filosofías helenísticas, especialmente de la neoplatónica.

      Para el gnosticismo, que ensalza la dualidad entre espíritu y materia, la salvación – inducida a partir del sacrificio simbólico de Jesús– se explica a través del conocimiento de iniciación, que conduce a la liberación del alma de la prisión que para ella supone el cuerpo.

      Según la gnosis, los ángeles son seres malvados que han creado el mundo material y lo gobiernan luchando entre sí, dedicado cada uno de ellos a afirmar su supremacía. Con la victoria final del espíritu, ellos serán destruidos junto a su creación.

      La actitud de la Iglesia cristiana

      La Iglesia ha tratado a los ángeles de muy distintas maneras. Ya hemos visto cómo en el IV Concilio Lateranense fueron reconocidos como artículo de fe. Este reconocimiento ha perdurado hasta nuestros días, tal como aparece claramente en el artículo 328 del Nuevo Catecismo de la Iglesia católica: «La existencia de los seres espirituales e incorpóreos, que las Sagradas Escrituras llaman normalmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de las Escrituras es tan claro como la unanimidad de la Tradición».

      Pero, por otra parte, la Iglesia no esconde una cierta desconfianza hacia estas figuras, justificada por el temor de que, en el culto popular, puedan usurpar el lugar que corresponde a Dios y a Jesucristo.

      En el siglo IV, el Concilio Laodicense afirmó solemnemente que: «Los cristianos no deben abandonar ni a la Iglesia ni a Dios […] invocar a los ángeles, celebrar en su honor […] Si alguien se encuentra en esta idolatría escondida, que sea anatematizado, porque ha abandonado a Nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios y se ha convertido en un idólatra».

      Este mismo concepto ha sido secundado actualmente por monseñor Del Ton, que ha escrito: «No debe exaltarse a los ángeles con especulaciones que puedan dañar a Cristo, disminuyendo o rebajando una superioridad soberana que la fórmula del símbolo niceno-constantinopolitano ya señala: “Todo ha sido creado para Cristo”. El verbo de Dios, hecho hombre, es el jefe y soberano de los ángeles».

      Todo esto confirma aquello que para la Iglesia ya estaba bastante claro desde un principio, como está escrito en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 19, 10): «Me arrojé a sus pies para adorarle [al ángel] y me dijo: “Mira, no hagas eso; consiervo tuyo soy y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios”».

      Testigos y reflexiones ejemplares

      Veamos ahora las reflexiones y los testimonios de algunos autores, gracias a los cuales conseguiremos ampliar y profundizar nuestro conocimiento sobre un tema muy apasionante y prácticamente ilimitado.

      Empezaremos por el llamado salmista; este autor bíblico nos dice en el salmo 91, refiriéndose a Dios: «Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras».

      Hesíodo, poeta griego del siglo VIII a. de C., en su obra Los trabajos y los días nos dice:

      «Pero puesto que la tierra escondía en su regazo a esta generación

      ellos se han transformado ahora en espíritus beatos y viven


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