El prÃncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.
y que te mande a un internado.
—Claro, como a ti se te da tan bien esconderle tus cagadas… —replica Seb a modo de burla.
Me fijo en que Brooke está observando nuestra susurrada conversación con interés, así que le doy la espalda y bajo todavía más la voz.
—Mira, me preocupo por vosotros. No quiero que pase nada, pero nadie se traga vuestro jueguecito.
—Métete en tus propios asuntos. Al menos nosotros podemos aferrarnos a la chica que tenemos en vez de espantarla. —Seguro que mi cara refleja lo sorprendido que estoy, porque Seb ríe entre dientes—. Sí, sabemos que fue culpa tuya y no de East. No somos tan tontos. Y también sabemos lo suyo. —Tuerce la cabeza discretamente hacia Brooke—. Así que métete tu opinión por donde te quepa. Estás tan enfermo como nosotros.
Seb coge su plato y sale con paso firme de la cocina.
—¿De qué iba eso? —pregunta papá desde la mesa.
—Son cosas de chicos —gorjea Brooke.
La sonrisa que hay dibujada en su rostro es genuina. Disfruta al vernos pelear. Quiere que nos peleemos.
Me trago algún trozo más de las tostadas francesas, aunque tengo el estómago cerrado. No sé si esta familia se recuperará algún día de la muerte de mi madre. La imagen de ella tumbada en la cama, con el rostro inexpresivo y los ojos fríos e inertes siempre está presente en mi cabeza. Aunque cuando Ella estaba aquí, el recuerdo apenas era visible.
Y ahora todo se está yendo al traste.
***
La casa está en silencio. No vuelvo a ver a Seb ni a Sawyer. No quiero pensar en dónde podría estar Gid ahora mismo. Y East me está evitando: no me ha respondido a ningún mensaje ni me ha devuelto las llamadas.
Tengo la sensación de que no va a volver a hablarme hasta que Ella aparezca.
Alrededor de las nueve, Wade me manda un mensaje para avisarme de que hay una fiesta en la casa de Deacon Mills. No tengo ningún deseo de pillarme un pedo o de rodearme de borrachos, así que rechazo la invitación. Pero sí que le pido un favor:
«Dime si East va. No sé dónde está».
Sobre las once, Wade me devuelve el mensaje:
«Tu hermano está aquí. Va ciego».
Mierda.
Me enfundo unos pantalones de chándal y una camiseta de manga larga. La brisa de la costa ha refrescado. El otoño ha llegado para quedarse. Me pregunto cómo le va a Ella. ¿Estará pasando frío? ¿Estará durmiendo bien? ¿Tendrá comida? ¿Estará segura?
Cuando llego a casa de Mills, la encuentro a rebosar de gente. Parece que todos los estudiantes de último año están allí. Tras pasarme quince minutos buscando a East, desisto y le mando otro mensaje a Wade, al que tampoco veo por ninguna parte.
«Dónde está?»
«Sala de juegos».
Cruzo el salón en dirección a la enorme sala de estar que también cumple la función de sala de billar. Wade está junto a la mesa de billar hablando con uno de sus compañeros de equipo. Nos cruzamos la mirada y señala con la cabeza a la izquierda.
Sigo la dirección de sus ojos. Mi hermano está desparramado en el sofá con una rubia sentada en el regazo. El rubio cabello le cubre el rostro como una cortina, así que no sabría decir quién es, pero sí que veo que tiene los labios pegados a los de East. Él le mete poco a poco una mano bajo la falda, y la chica ríe por lo bajo. Al instante me quedo completamente paralizado. Conozco esa risa.
Levanta la cabeza y… sí, es Abby.
—East —pronuncio desde el umbral de la puerta.
Mi hermano levanta los ojos azules vidriosos en mi dirección, con las mejillas ruborizadas. Está completamente pedo. Genial.
—Mira, Abs, es mi hermano mayor —masculla.
—Vamos. Hora de irse —ordeno a la vez que le tiendo una mano.
Abby se queda mirándome con los ojos abiertos como platos. Es evidente que se siente culpable, pero ahora mismo me preocupa más East. Algún demonio lo está atormentando bastante si ha decidido liarse con mi ex.
—¿Qué prisa tienes? Abs y yo solo acabamos de empezar. ¿Verdad, nena?
Abby se sonroja todavía más.
—Reed —empieza a decir ella, pero la ignoro.
—Levántate —espeto a mi hermano—. Nos vamos.
—No me voy a ninguna parte.
—Sí lo vas a hacer.
No se mueve.
—Que tú no vayas a mojar, no significa que mi polla se vaya a quedar a dos velas, ¿verdad, Abs?
Abby emite un tenue ruido. No estoy seguro de si le está dando la razón o si está mostrando su desacuerdo, pero me importa un bledo. Yo solo quiero llevar a Easton a casa antes de que haga algo de lo que se arrepienta.
—Tu polla ya se divierte bastante.
—A lo mejor quiere más. —East sonríe—. ¿Y a ti qué te importa? Ambos sabemos que disfrutará más conmigo.
El rostro de Abby está ahora rojo como un tomate.
—Easton —dice con firmeza.
—¿Qué? Sabes que tengo razón. —Mi hermano fija su mirada burlona en ella—. Pierdes el tiempo soñando con él, nena. ¿Te dijo alguna vez que te quería? No, ¿verdad? Eso es porque nunca te ha querido.
Abby profiere un grito ahogado de dolor.
—Que te jodan, Easton. Que os jodan a los dos.
Acto seguido, se marcha corriendo de la sala de estar sin mirar atrás. Easton la observa marcharse y, luego, se gira hacia mí y empieza a reír con frialdad.
—Otra mujer que huye, ¿eh, hermano? Ella, Abby…
—Tú eres quien la ha espantado. —Niego con la cabeza—. Deja en paz a Abby. No es uno de tus juguetes, East.
—Qué, ¿es demasiado buena para un capullo como yo?
Sí.
—Eso no es lo que he dicho —miento.
—Y una mierda. No quieres que mancille a tu pura y dulce Abby. No quieres que la vuelva loca. —East avanza y se balancea sobre los pies. El aroma a alcohol que me llega en cuanto abre la boca casi me deja KO—. Eres un puto hipócrita. Tú eres la manzana podrida. Tú eres el que arruina a las chicas. —Se acerca todavía más, hasta que nuestras caras están a un par de centímetros de distancia. Luego, acerca la boca a mi oído y susurra—: Has arruinado la vida de Ella.
Me encojo de dolor.
Todos los presentes en la sala nos observan. Los Royal están peleados, damas y caballeros. Los gemelos han dejado de hablarme. Seb debe de haberle dicho algo a Sawyer y, ahora, los dos me miran como si tuviera la lepra. East intenta deshacerse del dolor a base de sexo. Gid está enfadado con el mundo. ¿Y yo? Yo me estoy ahogando.
—Vale. Me piro. —Paso por su lado luchando por mantener el control—. Haz lo que quieras, tío.
—Ten por seguro que lo haré —masculla.
Capto la atención de Wade e inclino la cabeza hacia la puerta. Él no pierde el tiempo y se encuentra allí conmigo.
—Asegúrate de que East llegue sano y salvo a casa —murmuro—. No puede conducir en este estado.
Wade asiente.
—Entendido. Vete a casa. Mañana será otro día.
Si Ella aparece, sí. Si no, estamos jodidos.
Conduzco