Эротические рассказы

El príncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.

El príncipe roto - Erin Watt


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la mirada para ver quién entra. Sé que no es East. Le gusta aislarse cuando está enfadado.

      —El viernes, antes del partido, una de las chicas pastel agarró una tijera y le cortó el pelo a una chica nueva. Salió corriendo, llorando como una Magdalena —dice Wade.

      Me tenso. Mierda. Esa debe de haber sido la chica que Delacorte y yo vimos salir del edificio y subirse al Volkswagen.

      —¿Rubia y delgadita? ¿Conduce un Passat blanco?

      Asiente y el banco cruje cuando se sienta junto a mí.

      —El día anterior, Dev Khan prendió fuego al proyecto de ciencias de June Chen.

      —¿June no es una estudiante becada?

      —Sí.

      —Ajá. —Me obligo a sentarme con la espalda recta—. ¿Alguna otra bonita historia que quieras contarme?

      —Esas son las dos más importantes. He oído otros rumores, pero no los he confirmado. Jordan escupió a una chica en clase de Salud e Higiene. Goody Bellingham está ofreciendo cincuenta de los grandes a cualquiera que esté dispuesto a tirarse al rey y a la reina del baile de otoño.

      Me froto el mentón. Vaya mierda de colegio.

      —Apenas han pasado dos semanas.

      —Y en estas dos semanas, tus hermanos han dejado de hablarte, te has peleado con Delacorte y has destrozado una taquilla. Ah, y antes de que Ella se fuera, al parecer decidiste que no te gustaba la cara de Scott Gastonburg e intentaste arreglársela.

      —Estaba hablando mal de Ella.

      El tío insultó a Ella. No lo oí, pero supe por su expresión engreída cuando estábamos en la discoteca que se pensaba que se había marcado un tanto. Pero no mientras yo esté presente.

      —Seguro. Nada que salga de la boca de Gasty merece la pena. Nos hiciste un favor a todos cerrándole la boca, pero el resto del instituto se está desmoronando. Tienes que espabilar.

      —No me importa lo que ocurra en el Astor.

      —A lo mejor no. Pero si los Royal no manejan el cotarro, el colegio se va a ir a la mierda. —Wade se mueve sobre la superficie dura de metal—. La gente también está hablando de Ella.

      —Me da igual, que hablen lo que quieran.

      —Eso lo dices ahora, ¿pero qué ocurrirá cuando vuelva? Ya se metió en una pelea con Jordan. Y, vale, sí, estuvo muy sexy. Pero después pasó lo de Daniel y, ahora, ha desaparecido. Todo el mundo dice que se ha ido para abortar o para recuperarse de una enfermedad de transmisión sexual. Si la estás escondiendo, es el momento de sacarla, de demostrar tu fuerza.

      Permanezco en silencio.

      Wade suspira.

      —Sé que no te gusta estar al mando, pero adivina qué, tío: lo estás, desde que se graduó Gid. Si dejas que las cosas empeoren, cuando llegue Halloween el colegio será una verdadera casa del terror. Habrá intestinos y tejido cerebral desparramados por las paredes. Alguien se habrá marcado un Carrie con Jordan para entonces.

      Jordan. Esa chica no trae más que problemas.

      —¿Por qué no te ocupas tú? —murmuro—. Tu familia tiene bastante dinero como para comprar a la de Jordan.

      Wade viene de una familia rica desde hace generaciones. Creo que en su sótano tiene guardados lingotes de oro.

      —No es por el dinero. Sois los Royal. La gente os escucha. Quizá porque sois muchos.

      Tiene razón. Los Royal han gobernado este colegio desde que Gid estaba en segundo curso. No sé lo que pasó, pero un día nos despertamos y todo el mundo miraba a Gid con admiración. Si un chaval se pasaba de la raya, ahí estaba Gid para enderezarlo. Las reglas eran simples. La gente solo podía meterse con alguien de su tamaño.

      Aunque el tamaño era algo metafórico. Ese tamaño dependía del estatus social, de las cuentas bancarias y de la inteligencia de la persona en cuestión. Si Ella se hubiera desquitado con una de las chicas pastel, no hubiera pasado nada. Pero ir tras una chica becada era otra cosa.

      Ella no había pertenecido a ningún grupo. No era una estudiante becada. Tampoco era rica. Y yo pensaba que se acostaba con mi padre. Que mi padre había traído a casa a una puta de un burdel de alto standing. A Steve y a él les gustaba frecuentar esa clase de sitios cuando se marchaban de viaje de negocios. Sí, papá es un actor de primera clase.

      Me quedé a la espera, y todos esperaron conmigo. Menos Jordan. Jordan vio de inmediato lo que yo. Que Ella estaba hecha de otra pasta, que era diferente a lo que habíamos visto en Astor Park hasta entonces. Jordan la odiaba. Yo, en cambio, me sentía atraído por ella.

      —No quiero esa clase de poder —responde Wade—. Yo solo quiero mojar, jugar al fútbol, molestar a los novios de mi madre y emborracharme. Puedo hacer todo eso aunque Jordan le haga bullying a todas las chicas guapas que respiren el mismo aire que ella. En cambio, tú tienes conciencia, tío. Pero con toda esta mierda… mientras Daniel todavía camina por los pasillos como si no hubiera intentado violar a Ella… bueno, quien calla otorga. —Se pone de pie—. Todo el mundo depende de ti. Es una carga, lo sé, pero, si no espabilas, ocurrirá una masacre.

      Yo también me levanto y me dirijo a la puerta.

      —Que arda el instituto —murmuro—. No soy yo quien tiene que apagar el incendio.

      —Tío.

      Me detengo en el umbral de la puerta.

      —¿Qué?

      —Al menos dime qué va a ocurrir. No me importa lo que decidas. Solo quiero saber si me va a tocar ponerme un traje de protección y eso.

      Me encojo de hombros y giro la cabeza hacia él.

      —Por lo que a mí respecta, todo puede irse a la mierda.

      Oigo un suspiro de derrota a mi espalda, pero no me quedo ni un segundo más en el vestuario. Mientras Ella siga desaparecida, me niego a concentrarme en cualquier otra cosa que no sea encontrarla. Si alguien a mi alrededor está deprimido, perfecto. Podremos estar deprimidos juntos.

      Mantengo la cabeza gacha mientras recorro el pasillo. Casi llego a clase sin hablar con nadie… hasta que una voz familiar me llama.

      —¿Qué pasa, Royal? ¿Estás depre porque nadie quiere jugar contigo?

      Me detengo y me giro lentamente para enfrentarme a Daniel Delacorte al oír su carcajada.

      —Lo siento, no te he oído —respondo con frialdad—. ¿Puedes repetirlo? Pero esta vez, díselo a mi puño.

      Se tambalea en el sitio, porque percibe el tono de amenaza de vida. El pasillo está abarrotado de chicos que acaban de salir de clase. Hay estudiantes de Música, del grupo de debate, las chicas del equipo de animadoras y miembros del club de ciencias.

      Avanzo con seguridad hacia él. La adrenalina me recorre las venas. Ya he llegado a los puños con este gilipollas en otra ocasión, aunque solo le di un puñetazo. Mis hermanos me alejaron a rastras de él antes de que le hiciera más daño.

      Hoy nadie me detendrá. La manada de animales que forma el cuerpo de estudiantes del Astor Park percibe el olor a sangre.

      Delacorte se mueve hacia un lado; no está completamente de frente, aunque sí tiene cuidado de no darme la espalda. «No soy de los que apuñalan a la gente por la espalda», quiero decirle. «Eso es lo que tú haces.»

      Pero parece que Delacorte piensa lo contrario. Está mal de la cabeza. Ataca a personas que cree que son más débiles que él.

      La ira emana de su delgada figura. Es muy cobarde y no le gusta que la gente se enfrente a él. Su padre le cubre las espaldas, al fin y al cabo. Me parece bien, pero su papi no está aquí ahora mismo, ¿verdad que no?

      —¿Para ti todo se reduce a la violencia, Royal? ¿Crees


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