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El príncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.

El príncipe roto - Erin Watt


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con toda la ira que siento. No puedo volver a pelear. Me duelen demasiado las costillas. Pero tengo las manos perfectas, así que bajo a la sala de musculación y descargo toda mi frustración en el saco de boxeo.

      Finjo que el saco soy yo. Lo atizo hasta que tengo las manos ensangrentadas y los pies y las piernas llenos de marcas rojas.

      Sin embargo, no me sirve de nada.

      Cuando acabo, me ducho para deshacerme del sudor y la sangre, me pongo otros pantalones y subo a la planta de arriba. En la cocina, me hago con una bebida energética y me sorprendo al ver la hora que es: la una y pico de la madrugada. He estado en el sótano casi una hora y media.

      Subo las escaleras, agotado. Quizá esta noche pueda dormir. El pasillo está oscuro y todas las puertas están cerradas, incluida la del dormitorio de East. Me pregunto si habrá vuelto de la fiesta.

      Cuando me acerco a la mía, oigo ruidos. Unos gruñidos graves y unos jadeos.

      ¿Qué cojones?

      Más le vale a Brooke no estar ahí.

      Abro la puerta y lo primero que veo es el trasero desnudo de mi hermano. Está en mi cama. Y también Abby, que está gimiendo suavemente al tiempo que East la penetra. Está agarrada a sus hombros y tiene las piernas alrededor de sus caderas. Su cabello está esparcido por mi almohada.

      —¿En serio? —gruño.

      Easton deja de moverse, pero mantiene una mano sobre uno de los pechos de mi ex. Gira la cabeza hacia mí y me ofrece una sonrisa salvaje.

      —Joder, tío, ¿esta es tu habitación? —pregunta con sorna—. Debo de haberla confundido con la mía. Lo siento, hermano.

      Cierro la puerta de un portazo y me tambaleo hacia atrás en el pasillo.

      ***

      Duermo en la habitación de Ella. O, mejor dicho, me tumbo en la cama de Ella y me quedo pensando durante toda la noche. Por la mañana, me topo con East en la cocina.

      —Anoche Abby me hizo sentir muy bien.

      East sonríe con suficiencia y le pega un buen bocado a una manzana.

      Me pregunto distraídamente lo que sentiría si le metiera esa manzana entera en la garganta. Probablemente se reiría y diría que quiere otra solo para demostrármelo. ¿Pero demostrarme qué? ¿Que me odia?

      —No sabía que fuéramos a compartir como los gemelos.

      Agarro una jarra con más fuerza de la que pretendía y el agua se me derrama en la mano.

      East suelta una risotada forzada.

      —¿Por qué no? Si me hubiese tirado yo a Ella, quizá no se habría ido.

      De repente, siento que tengo los ojos inyectados en sangre.

      —Tócala y…

      —No puedo tocarla si no está aquí, capullo. —Arroja la manzana medio mordisqueada y esta choca contra el lateral del armario que hay a apenas unos centímetros de mi cabeza.

      Sí, estamos de puta madre en la casa de los Royal.

      Evito a East durante el resto del día.

      Capítulo 7

      Pasa otra semana. Ella sigue desaparecida y mis hermanos, sin hablarme. La vida es una mierda y no tengo ni idea de cómo mejorarla, así que dejo de intentarlo. Me regodeo en la miseria, evito a todo el mundo y me paso todas las noches preguntándome qué estará haciendo Ella. Si está a salvo. Si me echa de menos… aunque estoy seguro de que no lo hace. Si me echara de menos, ya habría vuelto a casa.

      El lunes, me levanto y voy al entrenamiento. Todo el mundo se da cuenta de que East y yo estamos peleados. Mi hermano se coloca en un extremo de la banda y yo en la otra. La distancia entre nosotros es mayor que la de un estadio. Joder, si hasta el océano Atlántico desaparecería en la sima que se extiende entre ambos.

      Después del entrenamiento, Val me detiene en el pasillo. Enseguida compruebo si debo cubrirme las pelotas.

      —Solo dime si está bien —suplica.

      —Está bien.

      —¿Está enfadada conmigo? ¿Le he hecho algo? —La voz de Val se quiebra.

      Mierda. ¿Es que nadie es capaz de mantenerse firme? Estoy tan irritado que no puedo evitar contestar con brusquedad.

      —¿Qué soy? ¿Un consultorio? No sé por qué no te llama.

      El rostro de Val se desencaja.

      —Eso ha sobrado, Reed. Ella también es mi amiga. No tienes derecho a mantenerla apartada de mí.

      —Si Ella quisiera saber de ti, te llamaría.

      Eso es lo peor que podría decir, pero las palabras salen de mi boca de todas formas. Antes de poder retirarlas, Val se marcha corriendo.

      Si Ella no me odiaba antes, lo hará cuando vuelva y vea el desastre que he montado.

      Enfadado y frustrado, me giro y le doy una patada a la taquilla. El metal de la puerta se dobla con el impacto y un latigazo de dolor me recorre la pierna. No es nada agradable.

      Al otro lado del pasillo, oigo risas. Me giro y veo a Easton tender una mano a Dominic Brunfeld, que le pone algo en la palma. Otros chicos del equipo sacan billetes y se los pasan.

      —Nunca pensé que te vería tan destrozado por una tía —dice Dom cuando pasa junto a mí—. Nos estás defraudando.

      Le hago un corte de manga y espero a que East llegue a mi altura.

      —¿Quieres explicarme de qué iba todo eso?

      East me abanica la cara con el dinero.

      —Ha sido el dinero más fácil de ganar de la historia. Estás desquiciado, hermano. Todos en el instituto lo saben. Solo era cuestión de tiempo que perdieras el control. Por eso Ella se fue.

      Respiro con dificultad por la nariz.

      —Volverá.

      —Oh, ¿la has encontrado por arte de magia en mitad de la noche? —Abre los brazos y se gira—. Porque no está aquí. ¿Tú la ves? Dom, ¿tú ves a Ella? —Dom nos mira a East y a mí de forma intermitente—. No, no la ve. ¿Y tú, Wade? ¿Tú la ves? ¿Acaso te ha acompañado al baño?

      —Cállate, East.

      Sus ojos reflejan dolor mientras, con un gesto, hace como si se cerrara la boca con una cremallera.

      —Ya me callo, amo Reed. Tú sí que sabes lo que es mejor para los Royal, ¿verdad? Tú lo haces todo bien. Sacas las mejores notas. Juegas genial al fútbol. Te tiras a las mejores chicas. Menos cuando no lo haces. Y cuando la cagas, todos pagamos las consecuencias. —Me coloca una mano en la nuca y me arrastra hacia delante hasta que nuestras cabezas están pegadas la una a la otra—. Así que, ¿por qué no te callas tú, Reed? Ella no va a volver. Está muerta, tal y como nuestra querida madre. Solo que esta vez no ha sido mi culpa, sino tuya.

      Siento que la vergüenza me inunda; como si fuera una sustancia fea y lodosa que se me pega a los huesos y me aplasta contra el suelo. No puedo escapar de la verdad. East tiene razón. La muerte de mi madre fue, en parte, culpa mía, y si Ella está muerta, también tendré que cargar con parte de la culpa.

      Me aparto de él y entro de nuevo en el vestuario. Nunca me había peleado con mis hermanos en público. Siempre hemos sido todos para uno, y uno para todos.

      Mamá detestaba cuando nos peleábamos en casa, pero no toleraba que lo hiciéramos fuera. Si nos respondíamos de malas maneras, fingía que no éramos sus hijos.

      Los hijos de Maria Royal no dejaban en ridículo ni a su madre ni a ellos mismos en público. Con una sola mirada de reproche nos ponía a todos firmes y nos obligaba a abrazarnos como si fuera una jornada de puertas


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