Obras Completas de Platón. Plato Читать онлайн книгу.
ALCIBÍADES. —No, ¡por Zeus!, eso no es posible.
SÓCRATES. —Sólo conociéndonos a nosotros mismos, es como podemos conocer, que lo que está en nosotros nos pertenece.
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Y si no conociésemos lo que está en nosotros, no conoceríamos tampoco lo que se refiere a las cosas que están en nosotros.
ALCIBÍADES. —Lo confieso.
SÓCRATES. —Hemos hecho mal, cuando hemos convenido en que hay gentes, que no conociéndose a sí mismos, conocen sin embargo lo que está en ellos, porque ni aun las cosas que pertenecen a lo que está en ellos conocen. Estos tres conocimientos: conocerse a sí mismo, conocer lo que está en nosotros, y conocer las cosas que pertenecen a lo que está en nosotros, están ligados entre sí; son efecto de un solo y mismo arte.
ALCIBÍADES. —Así parece.
SÓCRATES. —Todo hombre que no conoce las cosas que están en él, no conocerá tampoco las que pertenecen a otros.
ALCIBÍADES. —Eso es verdad.
SÓCRATES. —No conociendo las cosas pertenecientes a los demás, no puede conocer las del Estado.
ALCIBÍADES. —Es una consecuencia necesaria.
SÓCRATES. —¿Un hombre semejante puede ser alguna vez un buen hombre de Estado?
ALCIBÍADES. —No.
SÓCRATES. —¿Ni puede ser tampoco un buen administrador para gobernar una casa?
ALCIBÍADES. —No.
SÓCRATES. —¿Ni sabe lo que hace?
ALCIBÍADES. —Nada sabe.
SÓCRATES. —No sabiendo lo que hace, ¿es posible que no cometa faltas?
ALCIBÍADES. —Imposible, ciertamente.
SÓCRATES. —Cometiendo faltas, ¿no causa mal en particular y en público?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Haciendo mal, ¿no es desgraciado?
ALCIBÍADES. —Sí, muy desgraciado.
SÓCRATES. —¿Y aquellos a cuyo servicio se consagra?
ALCIBÍADES. —Desgraciados también.
SÓCRATES. —¿Luego no es posible que el que no es ni bueno, ni sabio, sea dichoso?
ALCIBÍADES. —No, sin duda.
SÓCRATES. —¿Todos los hombres viciosos son entonces desgraciados?
ALCIBÍADES. —Muy desgraciados.
SÓCRATES. —¿Luego no son las riquezas, sino la sabiduría la que libra al hombre de ser desgraciado?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Por lo tanto, mi querido Alcibíades, los Estados para ser dichosos no tienen necesidad de murallas, ni de buques, ni de arsenales, ni de tropas, ni de gran aparato; la única cosa de que tienen necesidad para su felicidad es la virtud.
ALCIBÍADES. —Es cierto.
SÓCRATES. —Y si quieres manejar bien los negocios de la república, es preciso que imbuyas a tus conciudadanos en la virtud.
ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de eso.
SÓCRATES. —¿Pero puede darse lo que no se tiene?
ALCIBÍADES. —¿Cómo puede darse?
SÓCRATES. —Ante todas cosas es preciso, pues, que pienses en ser virtuoso, como debe de hacer todo hombre, que no solo quiera tener cuidado de sí mismo y de las cosas que son suyas, sino también del Estado y de las cosas que pertenecen al Estado.
ALCIBÍADES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —No debes, por consiguiente, pensar en adquirir para ti y para el Estado un gran imperio y el poder absoluto de hacer todo lo que te agrade, sino únicamente lo que dicten la sabiduría y la justicia.
ALCIBÍADES. —Eso me parece muy cierto.
SÓCRATES. —Porque si tú y el Estado gobernáis sabia y justamente, obtendréis el favor de los dioses.
ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de ello.
SÓCRATES. —Y gobernaréis justa y sabiamente, si como te dije antes, no perdéis de vista esa luz divina que brilla en vosotros.
ALCIBÍADES. —Así parece.
SÓCRATES. —Porque mirándoos en esta luz, os veréis vosotros mismos, y conoceréis vuestros verdaderos bienes.
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —Y obrando así, ¿no haréis siempre el bien?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Si hacéis siempre el bien, me atrevo a salir garante de que seréis siempre dichosos.
ALCIBÍADES. —En esta materia eres tú una buena garantía, Sócrates.
SÓCRATES. —Pero si gobernáis injustamente, y en lugar de suspirar por la verdadera luz, os fijáis en lo que está sin Dios y lleno de tinieblas, no haréis, sin que pueda ser de otra manera, sino obras de tinieblas, porque no os conoceréis a vosotros mismos.
ALCIBÍADES. —Así lo creo.
SÓCRATES. —Mi querido Alcibíades, represéntate un hombre que tenga el poder de hacerlo todo, y que no tenga juicio; ¿qué debe esperarse y cuál será el resultado para él y para el Estado? Por ejemplo, que un enfermo tenga el poder de hacer todo lo que le venga a la cabeza, que no conozca la medicina, y que nadie se atreva a decirle nada ni a contenerle, ¿qué le sucederá? Destruirá sin duda su cuerpo.
ALCIBÍADES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Y si en una nave un hombre, sin tener ni buen sentido ni la habilidad de piloto, se toma la libertad de hacer lo que le parezca, tú mismo ves lo que no puede menos de suceder a él y a todos los que a él se entreguen.
ALCIBÍADES. —No podrán menos de perecer todos.
SÓCRATES. —Lo mismo sucede con todas las ciudades, repúblicas y todos los poderes; si están privados de la virtud, su ruina es infalible.
ALCIBÍADES. —Imposible de otra manera.
SÓCRATES. —Por consiguiente, mi querido Alcibíades, si quieres ser dichoso tú y que lo sea la república, no es preciso un gran imperio, sino la virtud.
ALCIBÍADES. —Ciertamente, Sócrates.
SÓCRATES. —Y antes de adquirir esta virtud, lejos de mandar, es mejor obedecer, no digo a un niño, sino a un hombre, siempre que sea más virtuoso que él.
ALCIBÍADES. —Eso me parece cierto.
SÓCRATES. —Y lo que es mejor, ¿no es lo más precioso?
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —Y lo que es más precioso, ¿no es lo más conveniente?
ALCIBÍADES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —¿Es conveniente al hombre vicioso ser esclavo, porque esto le cuadra mejor?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿El vicio, pues, es una cosa servil?
ALCIBÍADES. —Convengo en ello.
SÓCRATES. —¿Y la virtud una cosa liberal?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Y no es preciso evitar este servilismo?
ALCIBÍADES. —Ciertamente, Sócrates.
SÓCRATES.