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Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.

Tormenta de fuego - Rowyn Oliver


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un puto informe que me convenza de no hacerle entregar su placa por desobedecer y desafiar a su superior. Hágalo y puede que todo su castigo se reduzca a un mes de papeleo.

      Desafiantes, se concentraron uno en la mirada del otro, en silencio. Un silencio pesado que hablaba de muchas cosas.

      Durante unos segundos que parecieron eternos se sostuvieron la mirada. Cuando ambos sintieron cómo la lluvia empezaba a calarlos hasta los huesos, se separaron incómodos, no siendo conscientes de lo cerca que estaban hasta ese instante.

      —Fuera de mi vista.

      Esa vez, Jud no tardó en obedecer la orden. Sus largas piernas se pusieron en movimiento, intentando huir del calor que sentía en su estómago a pesar de la fría lluvia.

      Capítulo 1

      Dos meses después

      Jud estaba de puta madre.

      ¡Por fin verano!

      El viento había dejado paso a una suave brisa que le acariciaba el cuerpo semidesnudo. Sobre la cubierta del barco de Ryan, uno de sus mejores amigos, estaba en toples, simplemente porque en su adolescencia, cuando salía de marcha, sus hermanas solían burlarse de las horribles marcas que dejaban expuestos sus tops. Y, por qué no decirlo, tenía unos pechos espléndidos. Un hecho que le servía más bien de poco si tenía claro que su vida sexual en los últimos meses era prácticamente inexistente. Era adicta al trabajo y esa adicción era nefasta para su vida amorosa o sexual.

      Suspiró audiblemente casi sin ser consciente de ello. Tumbada en la cubierta de ese estupendo barco que aún se encontraba amarrado en el muelle, Jud permanecía con los ojos cerrados, estos escondidos detrás de sus opacas gafas de sol. A dos metros de ella, Trevor charlaba animadamente con Claire mientras se hacían arrumacos de enamorados y bebían de sus respectivos botellines de cerveza. ¡Qué asco…! ¡Y qué envidia! ¿A quién pretendía engañar?

      Claire Roberts era la novia de su amigo e inspector de homicidios Trevor Donovan.

      Le caía muy bien Claire, había pasado por mucho ese último año. Después de que dos hombres entraran en su casa y la tiraran por la ventana, se habían sucedido un sinfín de hechos, a cual más descabellado, que culminó con su secuestro y un par de asesinatos. Por fortuna, los buenos habían vencido y Claire podía respirar en paz. Quizás en su afán de protegerla y ver que todo estaba bien, se había acercado mucho a ella y sin proponérselo se habían hecho grandes amigas en lo que dura un parpadeo.

      La parejita feliz había sido la última en llegar.

      Sonrió divertida, cuando a sus oídos llegaban sonoros besos y risas de los dos tortolitos.

      —¿Y para mí no hay? —preguntó Ryan divertido haciéndolos reír a todos.

      —Tened compasión por estos dos solteros empedernidos —secundó Jud sin abrir los ojos.

      —¿Quieres que te consigamos una cita?

      Jud se encogió de hombros ante las palabras de Claire.

      —Por supuesto, si conoces a algún tipo inteligente, de buena conversación y que no le de miedo que sea poli.

      —Mmm… claro, creo que Max está libre.

      Detrás de las gafas de sol, Jud abrió los ojos para después ponerlos en blanco y resoplar mientras sus amigos se reían de ella.

      Dispuesta a pasar de la pulla, ya que todos eran muy conscientes de que ella y el capitán Max Castillo no se soportaban, les metió prisa por soltar amarres.

      —¿Todavía no nos vamos? —preguntó algo aletargada mientras escuchaba los pasos de Ryan ir y venir preparándolo todo para la pequeña excursión.

      —¡Todavía no!

      El ambiente era relajado y ciertamente ellos lo estaban, por primera vez en mucho tiempo.

      La primavera que ya habían dejado atrás, había sido un calvario para todos. Claire se había visto envuelta en un intento de asesinato y un secuestro. Y a Trevor le habían disparado, salvándose de un disparo al corazón por pocos centímetros. Después de que la pesadilla llegara a su fin, bien se merecían un descanso.

      Aquel sábado en pleno mes de julio, habían decidido cambiar un fin de semana de acampada por un espléndido paseo en el barco de Ryan por el lago Sammamish.

      Estaba en la gloria. Y eso que el principio del verano había sido horrible. Su jefe y capitán, Max Castillo, la había torturado de nuevo con una montaña de informes y papeleo, dejándola fuera de la acción más de lo estrictamente necesario. Le gustaba hacer saber a los chicos quién mandaba. Se lo había ganado por haber desobedecido una orden directa del joven, musculoso, buenorro, capitán.

      —Joder —gimió. Ya estaba otra vez su cerebro colapsándose cada vez que pensaba en su jefe.

      Era ciertamente una jodida suerte que a Jud le cayera tan mal que pudiera mitigar sus ansias de empotrarlo contra una pared y no precisamente para darle una paliza. Le daría otra cosa, sin duda… y repetidas veces.

      Por suerte, el capitán Max Castillo también parecía odiarla. No era poco usual que al alzar la vista del informe que estaba elaborando se lo encontrara mirándola con el entrecejo fruncido a través de la ventana de su despacho. Claro que ella le devolvía la mirada del mismo modo. «Quién sabe, Jud, quizás deberías ser un poco más sumisa…». Le dijo su voz interior, y antes de tan siquiera procesar esas palabras empezó a reírse a carcajadas solo pensarlo.

      Captó sin proponérselo la atención de todos, pero carraspeó como si no fuera nada. ¿Ella sumisa? Antes el infierno se congelaría. Pero rara vez consentía que un tío la intimidara, y Max Castillo estaba cualificado para hacerlo, y eso la enfurecía más de lo que quisiera admitir.

      —Te lo estás pasando muy bien sola, ¿no?

      —Ajá —respondió al comentario de Trevor.

      Respiró hondo mientras se dejaba mecer por el balanceo del agua. Intentaba no preocuparse demasiado por la actitud del capitán, al fin y al cabo, si ella estuviera en su lugar, quizás hubiera hecho lo mismo. Un mes de papeleo intensivo, no era nada comparado a la sanción que pudiera haberle caído después de, no solo desobedecerle, sino por esa actitud que ningún hombre hubiese soportado de un subordinado, y menos si este era una mujer. «Bravo, Jud, defiende a tu enemigo».

      Los chicos también se habían llevado lo suyo en los meses que Max llevaba de jefe. Los chicos en los que pensaba Jud, no eran otros que el inspector jefe Trevor Donovan (alias el tortolito desde que estaba con Claire) y el agente Ryan. Pero ellos siempre lo habían visto con buenos ojos. Era muy habitual ver a Ryan y a Trevor bromear con él. El tipo les caía bien, y quizás por eso se sentía algo traicionada por ese par que consideraba hermanos.

      Si fuera una mujer algo más sensible hubiera hecho un puchero.

      La habían abandonado por el tejano.

      Mierda, no quería sentirse así, pero en realidad era como si sus chicos se hubieran pasado al lado oscuro. Como si ella siguiera fiel a los Seahawks y ellos se hubieran largado de cena y copas con los jugadores del New England Patriots después de que les derrotaran en la Super Bowl. ¿En qué coño estaban pensando? Ella era una auténtica Seahawks, era de allí, de su querida Seattle, no de una calurosa y polvorienta Texas de mierda.

      —¡¿Nos vamos o no?! —gritó sin importarle parecer malhumorada.

      Se estaba empezando a temer por qué tardaban tanto en zarpar.

      Quizás por esa diferencia de opiniones sobre Max Castillo, Jud evitaba hablar del capitán con Trevor y Ryan. Era habitual que se mantuviera alejada, o que no quisiera intervenir cuando hablaban de invitar a Max para salir de copas o bien repetir acampadas. ¡Dios! Cada vez que se acordaba de la última acampada con ese hombre se echaba a temblar. No pensaba volver a repetir aquello. No obstante, cuando salían de copas, simplemente fingía que era


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