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Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.

Tormenta de fuego - Rowyn Oliver


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estar en la misma habitación. Ella le sentía un intruso, y pensaba que Max la veía como a una agente sobrevalorada en su trabajo. A regañadientes admitiría que no podía culparle, pues en apariencia cuando estaba en la presencia del tejano, simplemente parecía idiota. Se ponía nerviosa, se le hinchaba la vena del cuello, sus mejillas adquirían un tono rubicundo y sus mandíbulas se apretaban como las de un perro rabioso sobre el cuello de su presa. ¡Joder! Y no era que el jodido vaquero no le pareciera competente, es que no soportaba su prepotencia. ¡Machito de Texas tenía que ser!

      En primer lugar, el puesto de jefe le tocaba a Trevor. Se lo había ganado, era listo y tenía olfato para ello. Y en segundo lugar, porque era injusto que su superior la tratara como una muñequita de porcelana. El primer día hasta se atrevió a pedirle un café. ¡Tratarla como a una camarera! Ya se encargó de dejarle claro que como le pidiera otro le iba la salud.

      Jud suspiró y, a pesar de tener los ojos entreabiertos bajo las oscuras gafas de sol, puso los ojos en blanco. Le había dado su merecido en alguna que otra ocasión, pero eran victorias superficiales.

      Respiró hondo y sus pechos desnudos expuestos al sol se elevaron.

      —¿Quieres un poco de crema bronceadora? —Hasta ella llegó la voz risueña de Claire, a quien pudo notar enseguida a su lado.

      Le sonrió y Jud alargó el brazo para coger el bronceador, de escasa protección solar, que le ofrecía su amiga.

      Vio cómo Claire se desató las tiras elásticas de su biquini que llevaba anudadas al cuello, para volverlas a atar a su espalda y dejar la parte superior como si fuera un top al estilo palabra de honor. Ese día, la pobre había decidido no hacer toples, aunque no era poco habitual que lo hiciera a pesar de las miradas de Trevor, primero asesinas y después lastimeras, que acababan por convencerla de que se tapara. Un hombre siempre sería un hombre, y aunque adoraba a sus compañeros como si fueran sus hermanos, Trevor y Ryan no dejaban de ser precisamente eso: hombres. Dios debería crear un hombre con la materia prima del oro y el diamante para que ella se doblegara e hiciera algo que un espécimen de, lo que se creía equivocadamente el sexo fuerte, le hiciera cambiar de opinión y cubrirse los pechos.

      —Buenos días.

      ¡Me cago en la puta!

      Sus piernas se elevaron y por instinto se incorporó cubriéndose los pechos con el brazo. No miró a su espalda, de donde había procedido la voz del capitán Max Castillo, simplemente respiró hondo y apretó los puños.

      Trevor vio el gesto y puso una cara burlona que le sentó como un dardo envenenado.

      —En fin, ya estamos todos —dijo Ryan—. ¡Qué bien que has podido venir! Al final Max ha aceptado nuestra invitación de ir a navegar.

      —¿En serio? —dijo ella aún con los dientes apretados—. Yupiii.

      Max pasó por alto su sarcástico comentario con una risa burlona.

      Jud levantó la vista y miró a Max sobre su hombro, que, con los brazos cruzados y una sonrisa descarada pintada en la cara, la miraba con un humor que no le había visto en la oficina.

      Ella se incorporó del todo y la sonrisa del jefe se ensanchó.

      —¿No es genial, chicos?

      «Claroooo, como cien aguijones de avispa en los cojones», se dijo Jud.

      —Qué bien, primero de acampada y después de excursión por el lago. Es maravilloso —soltó Jud con todo el sarcasmo que fue capaz.

      —No he podido resistirme. —La voz modulada de Max la irritó sobremanera, pero estaba dispuesta a fingir para que no se le notara.

      Trevor y Ryan se lanzaron una miradita entre ellos que no les pasó desapercibida a ninguno de los dos. Intentaban no partirse de risa, pero estaba claro lo bien que se lo iban a pasar a su costa.

      Intentando disimular que nada le afectaba, Jud lo miró disimuladamente detrás de sus gafas de sol y volvió a echarse sobre uno de los asientos que se encontraban en el lateral de la barca. Qué le iba a importar que el buenorro de su jefe la estuviera observando con las tetas al aire. Porque seguro que eso hacía, escondido detrás de aquellas Ray-Ban Aviator de malo de película barata, mirarla. Quizás tanto como ella lo miraba a él.

      —Bueno, chicos —dijo Ryan—, esta preciosidad nos va a llevar a dar una vuelta.

      * * *

      Poco después de que el barco se pusiera en marcha la brisa la refrescó y Jud dejó de sentir cómo su piel se calentaba al sol. Buscó la camiseta de tirantes que había traído y se la puso sin hacer ningún comentario, pero Max aprovechó para picarla:

      —¿No tendrás calor?

      Se pudo cortar la tensión de los chicos mientras esperaban la respuesta que no se hizo de rogar.

      —Lo dice un cowboy que ha venido a navegar con vaqueros y camisa a cuadros.

      Vio cómo él fruncía el ceño.

      —¿Qué tiene de malo mi camisa a cuadros?

      —Nada, si vas a amontonar paja en el granero.

      Trevor y Ryan se rieron por lo bajo. Claire fue menos sutil y soltó una carcajada que acabó en una risita ahogada mientras pedía disculpas a Max.

      —Estáis de muy buen humor —dijo el capitán.

      Todos parecieron ignorar el comentario, pero sabían que el espectáculo no había hecho nada más que comenzar.

      —He traído un bañador, así que no te preocupes —le dijo Max poniéndose las manos en las caderas que estaban enfundadas en unos vaqueros estrechos que le sentaban de muerte. —En cambio tú parece que te habías dejado una pieza —anunció señalando sus pechos que ya estaban cubiertos.

      Jud apretó la mandíbula deteniendo el movimiento que hacía con las manos para colocarse la camiseta. Respiró hondo para no lanzarse a la yugular mientras se repetía mentalmente que no lo hacía por él.

      —¿Te molesta que haga toples?

      Él levantó las manos en señal de rendición.

      —¡Por Dios! Jamás se me ocurriría protestar porque se me ofrezca semejante vista.

      —No te la estaba ofreciendo capu…

      —¡Bueno! Creo que podemos echar el ancla por aquí y darnos un chapuzón. ¿No os animáis? —Ryan alzó las manos reclamando la atención de todos con su entusiasmo. No iba a permitir que Jud insultara al capitán a los diez minutos de haber llegado.

      No dejó de vigilar el timón mientras reducía la velocidad hasta detener el barco.

      Aunque Ryan había salvado la situación, todos eran conscientes de que Jud había estado a punto de insultar a su jefe, aunque Max no parecía estar molesto, más bien al contrario. Su amplia sonrisa eclipsaba.

      Sonreía, y empezó a hablar con Ryan sobre béisbol y fútbol mientras se metía los pulgares bajo la correa de cuero del cinturón.

      Involuntariamente, los ojos de Jud volaron a esa zona. Suspiró imperceptiblemente mientras poco después se limitó a refunfuñar un par de palabras incoherentes al ver hacia donde la llevaban sus pensamientos.

      —Voy a quitarme ropa.

      Las palabras de Max la molestaron.

      «De puta madre. Lo que le faltaba, tener al jefe macizorro medio desnudo a escasos dos metros de mí». A Jud le entraron ganas de arrancarse los ojos con las uñas.

      Intentó relajarse cuando Max desapareció en el interior de la embarcación, supuso que para cambiarse esos vaqueros condenadamente sexys por un bañador mucho más apropiado. Quizás unos pequeñitos y ajustados…

      «¡Juuuuud! Estás fatal». Gimió al imaginarse ese cuerpo con unos slips negros. No estuvo más tranquila cuando volvió a salir ataviado solo con un corto bañador color azul marino


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