Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
Flag, añade Joe Carducci de SST, «todo era contenido y se comunicaba telepáticamente mediante malas vibraciones».
Chuck Dukowski era totalmente diferente. Dukowski era «supercarismático: ese tipo tenía unas ideas y una retórica centelleantes y una verborrea brutal», explica Rollins.
—Con verborrea no me refiero a que dijera chorradas, sino que siempre estaba maquinando, haciendo preguntas, queriéndolo saber todo: «¿Qué estas leyendo?» «¿Por qué te ha gustado este libro?» «¿Qué harías si alguien intentara matarte?» Cosas realmente intensas. «¿Comerías carne cruda para sobrevivir?» «¿Follarías desnudo en público si tuvieras que hacerlo para vivir?» Era un tipo nietzscheano, siempre blandiendo su bajo, sencillamente un personaje explosivo. Una de las ocurrencias habituales de Dukowski era que bastaría con repartir pistolas a todo el mundo para que mucha gente muriera y así, poco después, todo quedaría resuelto —explica Rollins—. Es el tipo de retórica que Dukowski escupía en las entrevistas. Del tipo «Chuck, uauh…». Y se echaba a reír como un histérico, se regodeaba con esa risa extraña y aguda. Creo que era una forma de abstraer su rabia.
Aunque no era un bajista técnicamente dotado, Dukowski tocaba con una intensidad increíble, entregando hasta el último átomo de su cuerpo a cada nota; simplemente, se había empecinado en convertirse en un músico convincente. Mientras Ginn era el líder temerario del grupo, Dukowski, con su intelecto incansable y dedicación exclusiva al grupo, era su teórico revolucionario y su impulso espiritual: un auténtico Mefistófeles con cresta. Dukowski empezó a adoctrinar a Rollins en la mentalidad de Black Flag. Intuía que, con un poco de disciplina y respaldo intelectual, su protegido sería capaz de alcanzar cotas realmente insospechadas.
En un concierto en Tulsa en 1982, acudieron dos personas. Rollins estaba desmoralizado, pero Dukowski le animó, diciéndole que, aunque solo hubiera dos personas, habían ido a ver a Black Flag y no tenían ninguna culpa de que no hubiese venido nadie más: tenían que darlo todo en cualquier lugar y momento, tanto daba la gente que hubiera. Obedientemente, esa noche Rollins dio todo lo que tenía.
En un momento dado, Dukowski le dijo a Rollins que tenía que probar el LSD. «Te ayudará a no ser tan gilipollas», recuerda Rollins que le dijo Dukowski. Rollins era contrario a las drogas, pero su deseo de encajar en el grupo y complacer a Dukowski y Ginn pasó por encima de sus principios. Tal y como lo cuenta Rollins, Dukowski «tenía una gran influencia sobre mí. Si me hubiera dicho que saltara de un tejado, le hubiera preguntado: “¿De qué tejado?”». Finalmente, en las últimas giras de Black Flag Rollins empezó a tomar grandes cantidades de ácido, utilizándolo para zambullirse de lleno en las profundidades más abisales y oscuras de su alma y extrayendo algunos descubrimientos inquietantes a la superficie.
Black Flag había intentado grabar material para su primer álbum con Ron Reyes, que se sentía intimidado en el estudio; luego lo intentaron con Cadena, pero no salió como esperaban. El tercer intento, con Rollins, funcionó a las mil maravillas.
Ginn menospreciaba gran parte del hardcore porque carecía de swing, los ritmos eran verticales, sin ningún balanceo lateral. Para conservar la calidad sutil aunque esencial del swing, hizo que el grupo empezara a tocar canciones nuevas con un tempo lento, creando un groove, y entonces, aceleraban el ritmo en cada ensayo, asegurándose de mantener el groove, incluso con tempos vertiginosos. Muy rápidamente, Rollins abandonó esos aullidos encolerizados que había utilizado con S.O.A. y empezó a compartir el swing con el resto del grupo. Al cabo de pocos meses de unirse al grupo, ya había empezado a redefinir el sonido no solo de Black Flag, sino del propio hardcore.
Editado en enero de 1982, Damaged es un documento clave del hardcore, quizá el documento clave del hardcore. Supuraba rabia en diferentes frentes: acoso policial, materialismo, abuso de alcohol, los efectos atrofiantes de la cultura del consumo y, en prácticamente todas las canciones del álbum, una tensión especialmente virulenta en la que se fundían un punk rock furibundo y la alienación del metal oscuro de los años 70 de Black Sabbath.
Las canciones tomaban sensaciones e impulsos fugaces e intensos y los convertían en una explosión de realidades de hondo calado. De modo que cuando Ginn escribió un estribillo como «Depression’s got a hold of me / Depression’s gonna kill me6», sonó como si el mundo fuera a terminarse. «Eso era Black Flag: cuando perdías la chaveta», dijo Rollins. La música era del mismo estilo: asaltos relámpago tan completamente apabullantes, tan incontenibles e intensos que, mientras dura la canción, cuesta imaginarse escuchando cualquier otra cosa.
La mezcla de agresión y bravuconería característica del hardcore cristalizó perfectamente en el estribillo de la primera canción, «Rise Above», uno de los himnos hardcore más definitivos que jamás se haya escrito. «We are tired of your abuse! / Try to stop us, it’s no use!7», dice el provocador estribillo. Pero la mayoría de canciones son confesiones de enajenaciones suicidas, retratos en primera persona de personajes confusos y desesperados a punto de reventar: «I want to live! I wish I was dead!8», dice Rollins en «What I See». El humor ocasional hacía que la angustia sonara más creíble y más brutal, tal y como se aprecia en la sarcástica «TV Party». «We’ve got nothing better to do / Than watch TV and have a couple of brews9», reza un estribillo masculino deliciosamente desafinado sobre un fondo musical simplón, casi de surf.
Musicalmente, «Damaged I», que dura seis minutos, es una anomalía: ruidosa pero no especialmente rápida, se basa en un riff de guitarra que avanza penosamente mientras Rollins improvisa un psicodrama en el que se le insulta y mangonea, antes de retraerse dentro de un caparazón mental protector. Los últimos sonidos de la canción —y del disco— son de Rollins aullando: «No one comes in! STAY OUT!10». Cuesta no considerarlo como puramente autobiográfico.
Actualmente, Damaged se entiende fácilmente como un disco hardcore, pero en ese momento había pocos precedentes musicales de una violencia tan cruel. Sin embargo, la explicación de Ginn, fiel a su costumbre, fue flemática. «La gente trabaja todo el día y necesita una válvula de escape», explicó a L.A. Times. «Quiere encontrar una forma de lidiar con todas las frustraciones acumuladas. Intentamos proporcionársela con nuestra música.»
El disco —y Rollins en concreto— mostraban una introspección despiadada y una autodisciplina militar estricta. Quizá porque intentaba extraer algún sentido a sus traumas infantiles, Rollins se sumió completamente en la búsqueda de dolor psicológico de Ginn. Rollins abrigaba grandes cantidades de rabia y rencor, y la música violenta de Black Flag desató su agresividad reprimida en un torrente embravecido.
Ginn y Dukowski habían encontrado por fin a su hombre.
—Lo que yo hacía se ajustaba muy bien a la atmósfera de la música —explica Rollins—. La música era intensa y, bueno, yo era tan intenso como fuera necesario.
Con sus tatuajes, la cabeza rapada, la mandíbula cuadrada y su vozarrón bronco y marcial, Rollins se convirtió en un emblema del hardcore —a diferencia de Dukowski y Ginn, que eran mayores, Rollins parecía un HBero. Y como les había ocurrido a tantos punks, el abandono paternal y social le habían dejado completamente cabreado y enajenado. Cuando el grupo enchufaba los instrumentos y empezaba a afinar, Rollins recorría el escenario como un animal enjaulado, llevando solo unos pantaloncitos de deporte negros, con los dientes resplandecientes y rechinando. Para calentarse antes de un concierto, apretaba una preciada bola de billar con el número trece que se había llevado de un club de San Antonio. Entonces, el grupo empezaba a tocar frenéticamente y toda la sala se convertía en un torbellino caótico de carne humana, que chocaba aleatoriamente ignorando el ritmo de la música. La copiosa capa de sudor de Rollins caía sobre las primeras filas en una ducha constante mientras sus aullidos angustiados perforaban el ataque eléctrico de Ginn como un soplete a una valla de acero.
Robo tocaba como si rechazara ataques de su batería. Dukowski destripaba sonidos con su bajo con extremo ensañamiento, doblando el cuerpo y haciendo muecas por el esfuerzo, sacudiendo la cabeza y gritando al público, lejos de cualquier micrófono, mientras sus dedos aporreaban las cuerdas como si fueran pistones. Ginn tocaba con las piernas muy abiertas, embistiendo de vez en cuando como un espadachín,