Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
Lo hice con una agresividad extrema. Y todos pensaron: «¡Bestial!». Tuve una respuesta inmediata. Vi cómo la gente del público decía: «¡Joder, sí!». Recuerdo que miré de reojo a Dukowski, que me miró como pensando: «Sí. Esto realmente está sucediendo».
Dukowski acababa de darse cuenta de que Garfield podría ser el cantante que habían estado buscando.
La canción terminó, Garfield bajó del escenario, se metió en su viejo y destartalado Volkswagen y condujo directamente hasta Washington.
Al cabo de un par de días, Garfield recibió una llamada en la tienda de helados: era Dez Cadena, que le invitaba a subir a Nueva York y a tocar con ellos. Ellos le pagarían el billete de tren. Garfield estaba un poco perplejo.
—Pensé que todavía estaban allí, que se aburrían y que querían que uno de sus colegas pasara a verlos —explica. Pero Cadena le contó que él tocaría a partir de entonces la guitarra y que el grupo necesitaba un nuevo cantante.
Garfield se quedó estupefacto.
—Pensé: «¡Hostia puta! ¿Me están pidiendo que haga una prueba para Black Flag?» —explica—. ¡Menuda propuesta descomunal para un tipo de apenas veintidós años con un bagaje tan anodino. De modo que le dije: «Voy de camino».
Garfield conocía los gustos musicales eclécticos de Ginn y Dukowski y se había congraciado con ellos introduciéndoles en cosas tan curiosas como la música go-go, exclusiva de Washington D. C. Al hacerlo, Garfield había demostrado que tenía el registro estilístico necesario para evolucionar con el grupo y superar la ecuación fuerte-rápido del hardcore, que mostraba síntomas de agotamiento.
—Pensábamos que Henry podía escapar de ese encasillamiento —cuenta Ginn.
Garfield cogió un tren a las seis de la madrugada del día siguiente y poco des-pués estaba en una sórdida sala de ensayo del East Village, micrófono en mano.
—Me dijeron: «Muy bien, ¿qué quieres que toquemos?» —explica—. Y recuerdo que miré a Greg Ginn y le contesté: «Police Story».
Entonces, tocaron prácticamente todas las canciones de su repertorio, con Garfield improvisando en las canciones que no conocía. Luego, las volvieron a tocar todas.
«Muy bien, es la hora de una reunión de grupo», anunció Dukowski. «Siéntate aquí», ordenó a Garfield. Cuando al cabo de unos minutos volvieron, Dukowski se limitó a decir: «OK».
«OK, ¿qué?», dijo Garfield.
«OK, ¿QUIERES ENTRAR EN EL GRUPO O NO?», bramó Dukowski.
Garfield se quedó pasmado. Después, aceptó. Lo enviaron de vuelta a D. C. con una carpeta llena de letras que tenía que haberse aprendido para cuando se uniera a ellos en Detroit.
Cuando llegó a casa, llamó a Ian MacKaye, su amigo de confianza, y le pidió consejo.
«Ian, ¿crees que debería hacerlo?», preguntó Garfield.
«Henry», respondió simplemente MacKaye, «adelante.»
Garfield dejó el trabajo, el piso, vendió sus discos y el coche, y compró un billete de autobús para Detroit.
Cadena quería acabar la gira como vocalista, de modo que Garfield se encargó de transportar el equipo, miró cómo funcionaba el grupo y cantó en todas las pruebas de sonido y en los bises durante todo el camino de regreso a Los Ángeles. Para gran alivio de Garfield, a Cadena le gustó cómo cantaba.
—Era mi grupo preferido y, de repente, era su cantante —explica—. Era como si me hubiera tocado la lotería.
Pero formar parte de Black Flag no eran solo alegrías. El tercer día de la gira, en el Tut’s de Chicago, Dukowski cogió el bajo y le rompió la crisma a un portero que estaba pegando a una chica. Garfield se quedó perplejo.
—Fue un momento muy malo —recuerda—. Al portero le cosieron unos puntos y volvió al escenario con ganas de bronca mientras aún tocábamos. Apenas logramos salir de allí… En ese momento, llevaba cuarenta y ocho horas en Black Flag. Pensé: «Muy bien, así serán las cosas». Y así fueron.
Henry Rollins, Greg Ginn y Chuck Dukowski en un concierto en el célebre Cuckoo’s Nest de Costa Mesa, California, en agosto de 1981, uno de los primerísimos conciertos de Rollins en Black Flag. © 1981, Glen E. Friedman, de la imagen reproducida con permiso de Burning Flags Press y publicada originalmente en el libro Fuck Your Heroes.
Garfield empezó a hacer lo que muchos iban a hacer a California: reinventarse. Una de las primeras cosas que hizo al llegar a Los Ángeles fue tatuarse las barras de Black Flag en el hombro. Para distanciarse de su problemática vida familiar ahora se hacía llamar Henry Rollins, tomando un nombre falso que él y MacKaye solían utilizar.
Rollins se encotraba ahora en un mundo muy diferente. Por ejemplo, estaba Mugger, que trabajaba en SST y hacía de roadie del grupo. Mugger era un rudo adolescente que se había ido de casa y como era habitual que no tuviera ni un duro, tenía que comer comida para perro con pan; hacía una bola y se la tragaba de golpe. No era el tipo de persona con la que Rollins había crecido en Glover Park.
—Le hice una pregunta estúpida a Mugger (nos íbamos de gira ese otoño), le dije: «Mugger, ¿cómo piensas ir de gira con nosotros?» —explica Rollins—. Y él me dijo: «¿Qué quieres decir?». Hombre, estarás en la escuela, digo yo. Y se echó a reír. Luego, me dijo: «Henry, dejé la escuela a los once años».
A los ensayos del grupo asistían adolescentes que se habían ido de casa y otros jóvenes que vivían al margen de la sociedad.
—Esas personas que conocí, esos punks, fumaban hierba, pillaban heroína, se metían ansiolíticos y no iban a la escuela —explica Rollins—. Vivían de pequeños timos en la calle.
Las nuevas experiencias continuaron para Rollins tras su gira inaugural con Black Flag, que consistió en un corto viaje otoñal por la costa californiana. Cuando llegaron a casa descubrieron que les habían echado de sus oficinas de Torrance. Tuvieron que alojarse en Hollywood, en un piso de mala muerte abarrotado de «hippie punks holgazanes». Y cuando la policía descubrió que Rollins era miembro de Black Flag, le trataron como tal.
—Me tocaban las narices tres veces por semana —cuenta Rollins—. Y daba miedo. Salían del coche, te retorcían el brazo detrás de la espalda y te decían cosas como: «¿Me acabas de llamar maricón?», y yo respondía: «No, señor, no he dicho nada». «¿Me has llamado hijo de puta?» «No.» «¿Quieres pelear conmigo?» «No, señor.». Eso me daba miedo de verdad —añade Rollins—. Me acojonaba el hecho de que un adulto fuera capaz de hacer eso. Después descubrí que algunos policías hacen todo tipo de perrerías. Mis ojos se abrieron de golpe.
Rollins también se tuvo que acostumbrar a las personalidades fuertes y distintas que había en el grupo. Ginn, un orador reflexivo y lento que tenía siete años más que Rollins, era «un tipo más tranquilo, introspectivo, y con un potencial inmenso, pero que jamás mostraba sus cartas», explica Rollins.
—No tienes la menor idea de cómo piensa, de qué piensa, de qué le pasa por la cabeza. Para mí, es un tipo superenigmático —comenta Rollins.
Ginn también era un tipo muy trabajador, «con grandes principios y con la ética de trabajo más descomunal que haya visto en mi vida», explica Rollins.
—Si eran necesarias veinte horas, empleaba veinte horas. Le preguntabas: «Greg, ¿no estás cansado?» Y él decía: «Sí». Pero jamás se quejaba.
El carácter fuerte y silencioso de Ginn resultaba atrayente e inspirador, especialmente para Rollins, que había aprendido a idolatrar a tipos parecidos en Bullis. La gente de su entorno se sentía honrada si él les dirigía ni que fuera unas pocas palabras, aunque el lado malo de ese distanciamiento era la enorme capacidad que tenía Ginn para ningunear a cualquiera.