Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
en la primera persona que, a pesar de ser el pringado con el que todos se meten, se junta con el resto sin pensárselo dos veces.
Los padres de Garfield se habían divorciado cuando él era muy pequeño; padecía déficit de atención y le recetaron Ritalin. Debido a «las malas notas, la mala actitud y la pobre conducta», le enviaron a Bullis, donde se practicaba el castigo corporal. Pero en lugar de acabar sintiendo aversión por la autoridad, aquella experiencia inculcó en Garfield una autodisciplina muy rigurosa.
—Aquello fue muy bueno para mí —asegura—. Realmente me benefició que alguien me dijera: «No. No, significa no, y tú te vas a quedar aquí sentado hasta que lo entiendas».
A pesar del acomodado entorno de Glover’s Park, «fue una educación muy dura en muchos otros sentidos», afirma. «A la edad de diecisiete o dieciocho años había acumulado mucha rabia.» Parte de esa rabia procedía de las intensas tensiones raciales en el Washington de la época; Garfield, como muchos chicos blancos de D. C. de su generación, recibía frecuentes palizas por parte de chicos negros, simplemente por su raza.
Pero gran parte de esa rabia procedía de los problemas en casa.
—Muchas cosas acerca de mis padres me ponían enfermo —cuenta. Explicó a Rolling Stone en 1992 que habían abusado sexualmente de él varias veces cuando era un niño; muchos de sus monólogos hablados hacen referencia a un padre que maltrata psicológicamente—. Ir a un colegio solo para niños sin llegar a conocer jamás a chicas fue muy duro. Apenas conocí a ninguna mujer en el instituto y ciertamente me molestaba ser tan socialmente inepto por culpa de haber estado separado de las chicas todos esos años. Hay mucho de eso. Además —añade—, solo soy un freak.
Garfield y su colega MacKaye eran grandes seguidores del rock duro de Ted Nugent y Van Halen, pero buscaban una música que incluso pudiera superar la agresividad de esos grupos.
—Queríamos algo que te diera una patada en el culo —explica—. Entonces, uno de nosotros, seguramente Ian, consiguió el disco de Sex Pistols. Recuerdo que al oírlo pensé: «Bien, esto no está nada mal. Este tío está cabreado y estas guitarras son realmente guarras». ¡Qué descubrimiento!
En la primavera de 1979, Garfield, MacKaye y la mayor parte de sus amigos habían empezado a tocar instrumentos. Aunque Garfield, más que tocarlos, solo los cargaba.
—Era el roadie de todo el mundo —explica—. Lo hacía básicamente para poder estar con todos mis amigos que entonces tocaban. Siempre recogía el amplificador del bajo de Ian y lo metía en su coche. No es que él no pudiera, sino que Ian era el puto amo, y yo quería llevar el ampli del bajo del puto amo.
Pero, a veces, cuando Nathan Strejcek, cantante de The Teen Idles, no se presentaba a los ensayos, Garfield convencía al grupo para que le dejaran el micro. Entonces, cuando corrió la voz de que Garfield sabía cantar, o mejor dicho, emitir un aullido áspero y sobrecogedor, H. R., cantante del legendario grupo hardcore de D. C. Bad Brains, lo plantaba a veces frente al micro y le hacía berrear en alguna canción.
En el otoño de 1980, el grupo punk de D. C. The Extorts perdió a su cantante, Lyle Preslar, cuando este se marchó a otro grupo llamado Minor Threat, que MacKaye estaba formando. Garfield se unió a lo que quedaba de The Extorts para formar S.O.A., abreviatura de State of Alert. Garfield escribió las letras de las cinco canciones que ya tenían, compusieron unas pocas nuevas y aquello se convirtió en el primer y único disco de S.O.A., el EP No Policy, editado pocos meses después de que el grupo se formara. En poco más de ocho minutos, las diez canciones giraban en torno al consumo de drogas, a gente que se atrevía a preguntar a Garfield qué pensaba, al modo en que las chicas te hacen cometer estupideces y a la futilidad de la existencia, todo ello de la forma más directa posible; el resto de las canciones tenían títulos como «Warzone», «Gang Fight» y «Gonna Hafta Fight».
Tras sacar el EP con Dischord Records —el sello que MacKaye y unos amigos habían fundado—, ensayaron en casa del batería Ivor Hanson, cuyo padre era un almirante de alto rango. Su casa resultó ser el Observatorio Naval, la residencia oficial del vicepresidente y la plana mayor de la marina. Cada vez que ensayaban, tenían bastantes posibilidades de cruzarse con agentes armados del Servicio Secreto.
S.O.A. dio un total de nueve conciertos.
—Todos ellos duraron entre once y catorce minutos porque las canciones duraban unos cuarenta segundos —explica Rollins—, y el resto del tiempo decíamos: «¿Estáis listos? ¿Estáis listos?». Esos conciertos fueron canciones mal tocadas en medio del «¿Estáis listos?».
Garfield escupía la letra como un subastador beligerante mientras el grupo aporreaba un ritmo chumpa chumpa absurdamente rápido. Junto con otros pocos grupos de D. C., S.O.A. estaba fundando el hardcore de la Costa Este.
—La razón por la que tocábamos canciones cortas y tan rápidas era porque [Simon Jacobsen, el batería original] jamás llegó a tocar realmente la batería; era solo un chico con mucho talento que se apuntaba a lo que fuera —cuenta Rollins—. De modo que no teníamos mucho más que un dunt-dun-dunt-dun-dunt-dun como ritmo. Y no había nada sobre lo que cantar que no te pudieras ventilar con cinco palabras, como «Estoy loco y tú das pena». No había necesidad alguna de una sección de guitarra solista, ni siquiera era algo en lo que hubiéramos pensado.
Garfield había encontrado su vocación. Ciertamente, era el clásico líder.
—Lo único que tenía era actitud —recuerda— y una gran necesidad de que la gente me viera, una apremiante necesidad de que me prestaran atención.
En los conciertos, Garfield se ganó rápidamente la reputación de camorrista.
—Debía de tener diecinueve años y era un joven de una pasión desbordante. Me metía a menudo en peleas durante los conciertos, expresamente, con toda la intención —cuenta—. Me encantaba meterme en las peleas. Eran como peleas de carneros en la montaña. No se me daba demasiado bien, pero disfrutaba como un condenado.
Mientras tanto, había ido ascendiendo hasta convertirse en encargado de la tienda Häagen-Dazs de Georgetown y ganaba suficiente dinero como para tener su propio apartamento, un equipo estéreo y muchos discos. Era una vida muy cómoda para un muchacho de veintidós años. Pero todo aquello estaba a punto de cambiar.
Un día, un amigo dio a Garfield y MacKaye el EP Nervous Breakdown de Black Flag, que conocían por Slash, el fanzine punk de Los Ángeles. Fue una revelación. Al cabo de pocos meses, en diciembre de 1980, MacKaye oyó que Black Flag tocaría en el 9:30 Club de D. C., de modo que llamó a SST, habló con Chuck Dukowski por teléfono y ofreció al grupo un sitio donde alojarse: la casa de sus padres. Aceptaron su oferta. Garfield y todos sus colegas punks aprovecharon la ocasión para conocer al grupo en persona.
—Pensamos: «Vaya, podremos ir allí y tocar a los increíbles Black Flag» —cuenta—. Pasamos un buen rato con ellos. Era un grupo cuyo repertorio era para volverse loco, cuyo disco nos volvía locos. Era una gente realmente genial. De pronto, nos encontramos hablando con un grupo de rock de verdad que iba de gira y al que admirábamos. Y eso fue fantástico.
Dukowski le cogió simpatía a Garfield y le dio una cinta en la que el grupo había estado trabajando. Garfield conectó un montón con las canciones, pero no pudo evitar pensar que él las podía cantar mejor que Cadena. Dukowski permaneció en contacto con Garfield, le enviaba cartas y le descubría a grupos como Black Sabbath y The Stooges. Lo llamaba en plena gira para hablar de música y de lo que pasaba en la escena de D. C.
Black Flag volvió a la Costa Este esa misma primavera y Garfield condujo hasta Nueva York para asistir a su concierto. Llegó horas antes y pasó todo el día con Ginn y Dukowski, vio su actuación en el Irving Plaza y luego les acompañó hasta un bolo no anunciado en el 7A, una meca del hardcore. Era muy tarde, y Garfield, al darse cuenta de que tenía que volver a D. C. a tiempo para abrir la tienda de helados a las nueve de la mañana, pidió «Clocked In», el himno de los que odian su trabajo.
—Y justo antes de que ellos empezaran a tocar, pensé: «Bien, yo