Como desees. Cary ElwesЧитать онлайн книгу.
se me ocurrió buscar qué libro me había gustado especialmente, y recordé La princesa prometida, mi libro favorito de todos los tiempos. Así que inocentemente dije: «Me pregunto si podríamos hacer una película con este». No tenía ni idea, en aquel momento, de que un montón de gente ya lo había intentado: Norman Jewison, Robert Redford, François Truffaut… Aparecía en uno de esos libros de cine como uno de los mejores guiones jamás escritos que nunca habían sido producidos. Hice que mi agencia se pusiera en contacto con Bill para ver si quería reunirse conmigo. Él había visto Spinal Tap y yo estaba acabando mi segunda película, Juegos de amor en la universidad. Por entonces solo tenía el primer corte, pero organicé una proyección para que la viera. Todo esto solo para que Bill aceptara reunirse conmigo.
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Pido perdón a Bill Goldman, a quien no le gusta el término, pero Rob era realmente, a falta de una descripción mejor, un joven autor. Uno cuyo éxito le había permitido hacerse con casi todo el control artístico de sus proyectos. Estrenaba sus películas como él quería que se vieran, ya que se encargaba del último corte en las salas de edición, algo que hoy en día casi no ocurre. Y no usaba su influencia para acumular riquezas abrumadoras con éxitos de taquilla superficiales, sino para abordar algo mucho más ambicioso. Algo cercano y querido en su corazón.
¿Cómo podría alguien no admirar algo así?
Por lo visto, el mismo jefe de Columbia dijo a Rob: «De todos modos, nunca conseguirás los derechos, porque Goldman nunca permitirá que nadie la haga».
Así que Rob decidió seguir adelante y tratar de reunirse con Goldman, quien, para aquel entonces, había vuelto a adquirir los derechos de su propia novela, con el fin de convencerlo para que le cediera el material. Se llevó consigo a la persona que lo acompañaba a todas las reuniones: su compañero de producción, Andy Scheinman. Resultó que el jefe del estudio había sido exacto al describir la reticencia de Goldman hacia que se hiciera la película. Como Rob y Andy descubrirían pronto, era evidente que el escritor había perdido casi todo su entusiasmo por el mundo del cine. No le gustaba cómo los estudios lo habían tratado en el pasado, especialmente en lo que respectaba a este, su proyecto favorito. Y tampoco había tenido ninguna suerte con ellos, ni con nadie más, de hecho, a la hora de emprender aquel proyecto.
A fin de entender mejor el estado de ánimo del señor Goldman, tal vez debería compartir una pequeña historia sobre los diversos intentos de hacer la película. A mi entender, en un momento dado el proyecto recibió inicialmente un «sí» de 20th Century Fox, que compró el libro incluso antes de que fuera publicado, con Richard Lester (famoso por las películas de los Beatles ¡Qué noche la de aquel día! y Socorro) como adjunto para dirigirla. Fue entonces cuando la persona a la que Goldman se refiere como el «tipo de la luz verde» (es decir, quien decide qué proyectos se hacen en el estudio) fue despedida de la Fox. Quiso la suerte que el siguiente «tipo de la luz verde» procediera a vaciar el escritorio de su predecesor (sorprendentemente, una práctica muy habitual en nuestro mundo), para empezar de cero. Fue en ese momento cuando Goldman volvió a comprar a la Fox los derechos de su libro (algo inaudito hasta el día de hoy, me imagino) para proteger su preciada obra e impedir que otra persona reescribiera el guion. Como Bill escribió en la edición del vigésimo quinto aniversario del libro, sintió que él era ahora «el único idiota que podía destruirlo».
Por aquel entonces, ninguno de los grandes estudios estaba dispuesto a tocar el material, excepto uno. Y lo creas o no, el tipo de la luz verde estaba en negociaciones con Goldman cuando también lo despidieron durante el fin de semana, justo cuando estaban a punto de cerrar el trato. Otro pequeño estudio de cine echó el cierre durante las negociaciones. En un momento dado, Norman Jewison, famoso por haber dirigido Jesucristo Superstar, El violinista en el tejado y Hechizo de luna, iba a realizarla como película independiente, pero no recaudó el dinero suficiente ni siquiera con un, entonces, prácticamente desconocido Arnold Schwarzenegger como Fezzik. Después de eso, John Boorman, Robert Redford, e incluso François Truffaut probaron suerte, pero por algún motivo no consiguieron hacerla despegar.
Así que tenía sentido que Goldman se mostrara reticente a dejar que su corazón se emocionara otra vez solo para volver a sufrir una decepción. Supongo que no se había «acostumbrado a las decepciones» en lo que respectaba a este proyecto en particular.
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ROB REINER
Fui con Andy al apartamento de Bill en Nueva York y este abrió la puerta y dijo: «Este es mi libro favorito de todos los que he escrito en mi vida. Lo quiero en mi tumba». En esencia, el subtexto era: «¿Qué vais a hacer con él?» Y, así, entramos en su guarida y hablamos de lo que yo creía que había que hacer con el material. Había leído uno de los guiones y creía que se alejaban tanto del libro que no capturaban realmente la esencia de la novela. Bill estaba tomando algunas notas, y yo no sabía si le gustaba lo que estaba diciendo o no, pero a mitad de la reunión se levantó y fue a la cocina a buscar algo de beber. Yo me giré hacia Andy y le dije: «Dios, espero que esté yendo bien». Lo cierto es que no tenía ni idea. Y entonces, Bill volvió a la sala y añadió: «¡Bueno, yo creo que está yendo fenomenal!». Estaba entusiasmado con el proyecto que le había presentado, y recuerdo salir del apartamento como si flotara. Pensé: «¡Dios mío, esto es lo mejor del mundo!». Ese tipo al que tanto admiraba me había dado, básicamente, el visto bueno para seguir adelante. Entonces, fuimos juntos a conseguir la financiación y lo hicimos. Pero para mí, el punto álgido de mi carrera fue que William Goldman accediera a dejarme llevar a cabo este proyecto.
WILLIAM GOLDMAN
Vinieron a mi apartamento y nos reunimos un rato. Rob había hecho algunas películas fantásticas que me gustaban. Quiero decir, no era Alfred Hitchcock, pero es un gran director. Y personalmente, me cayó bien. Los buenos directores no suelen ofrecerte tanto.
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Por suerte para Rob y para todos nosotros, finalmente consiguió la bendición de Goldman, cosa que fue una hazaña en sí misma. Luego, acudió a su mentor, el productor Norman Lear (el genio detrás de la exitosa comedia de Rob Todo en familia y muchos otros clásicos como Sanford and Son, Día a día, Los Jefferson, Buenos tiempos, Archie Bunker’s Place y Maude), para preguntarle si produciría la película. Lear leyó el guion, y de inmediato, aceptó financiarla. El proyecto sería el segundo de la nueva compañía de Lear, Act III Communications (el primero había sido Cuenta conmigo). El único requisito previo de Lear fue que la película debía cerrar un acuerdo de distribución con un gran estudio, de lo contrario se quedaría sin un céntimo por la que posiblemente sería la película independiente más cara de la historia. Para alivio de todos, Rob consiguió entonces volver a meter el proyecto en la 20th Century Fox. Y, después de unos cuantos falsos comienzos, la productora accedió a regañadientes a distribuir la película, tras lo cual Rob se lanzó de inmediato a la tarea de reunir al reparto.
Las primeras personas a las que Rob contrató para dos de los papeles fundamentales fueron sus colegas Billy Crystal, como el Milagroso Max, y Chris Guest, que interpretaría al conde Rugen. Por supuesto, esto no se trataba solo de un caso de nepotismo. Chris Guest acababa de filmar su brillante actuación como Nigel Tufnel, el tonto pero adorable guitarrista de metal en Spinal Tap. Tanto él como Billy eran estrellas en Saturday Night Live y el propio Billy había protagonizado una de mis comedias estadounidenses favoritas, Enredo.
Había ido de vacaciones a Estados Unidos cuando era joven, en los setenta, con mi padrastro estadounidense. Después del primer viaje, quedé fascinado con todo lo relacionado con aquel lugar. Había muchas cosas por las que emocionarse, y una de ellas era la televisión. En Inglaterra solo teníamos dos canales, mientras que en Estados Unidos la revolución del cable acababa de empezar. Tan pronto como llegué, devoré todo lo relacionado con la cultura pop televisiva americana, pero quedé especialmente fascinado por las comedias (El Show Dick Van Dyke, M*A*S*H*, La isla de Gilligan, La tribu de los Brady y, más tarde, cosas como Enredo y Taxi), esencialmente todos los shows clásicos de la era de oro de la televisión en los sesenta y setenta. Incluidos, por supuesto, todos los