Luna azul. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
un acordeón, todo hasta el parabrisas. Como un aviso de seguridad vial en un diario. Salvo por el tipo tendido arriba.
Las luces delanteras más adelante se estaban acercando. Y ahora de regreso hacia la ciudad había más. El alambrado del concesionario había quedado abierto como en un dibujo animado. Los jirones enrulados de alambre se curvaron prolijamente hacia los lados. Como si la estela los hubiese hecho retroceder. El espacio abierto tenía más de dos metros de ancho. Básicamente toda una sección se había salido. Reacher se preguntó si el alambrado tendría sensores de movimiento. Conectados a una alarma silenciosa. Conectada al departamento de policía. Quizás un requisito del seguro. Sin duda adentro había muchas cosas para robar.
Hora de partir.
Reacher pasó por el hueco en el alambrado, agarrotado y dolorido, golpeado y maltrecho, pero funcionando. Se mantuvo alejado de la carretera. Avanzó a los tropezones siguiéndola en paralelo, cruzando campos y terrenos baldíos, quince metros más allá, fuera del alcance lateral de las luces delanteras, mientras los autos pasaban a la distancia, algunos despacio, algunos rápido. Quizás policías. Quizás no. Rodeó el primer parque empresarial por la parte de atrás, y el segundo, y después cambió el ángulo y se dirigió hacia el playón de estacionamiento del supermercado gigante, apuntando a atravesarlo a pie y retomar la carretera principal donde tenía la salida.
Gregory recibió la noticia más o menos de manera inmediata, de un empleado que estaba limpiando en la sala de emergencias. Parte de la red ucraniana. El tipo se tomó una pausa para fumar y llamó directo. Dos de los hombres de Gregory, recién llegados en camillas. Luces y sirenas. Uno mal, otro peor. Los dos probablemente iban a morir. Se hablaba de un accidente automovilístico afuera de la concesionaria Ford.
Gregory llamó a sus cabecillas, y diez minutos después estaban todos reunidos, alrededor de una mesa en la sala trasera de la empresa de taxis. Su mano derecha dijo:
—Lo único que sabemos con seguridad es que hoy más temprano dos de los nuestros fueron al bar para hacer la corroboración de domicilio de uno de los clientes anteriores del negocio de créditos de los albaneses.
—¿Cuánto tarda una corroboración de domicilio? —dijo Gregory—. Deberían haber terminado hace rato. Esto tiene que ser algo totalmente distinto. Obviamente es algo aparte. No puede haber sido la corroboración de domicilio. Porque ¿quién vive allá donde está la concesionaria Ford? Nadie. Por lo que dejaron al tipo en su casa y anotaron la dirección, quizás sacaron una foto, y después se dirigieron hacia la concesionaria Ford. Debe haber habido un motivo. ¿Y por qué chocaron?
—Quizás los persiguieron en esa dirección. O los llevaron hasta ahí engañados. Después chocaron y se salieron de la carretera. Es bastante solitario ahí de noche.
—¿Crees que fue Dino?
—Tienes que preguntar: ¿por qué esos dos en particular? Quizás los siguieron desde la puerta del bar. Lo cual sería apropiado. Porque quizás Dino está queriendo decir algo con esto. Le robamos su negocio. Esperábamos algún tipo de reacción, después de todo.
—Después de que se diera cuenta.
—Quizás ya se dio cuenta.
—¿Cuánto más va a querer decir?
—Quizás esto es todo —dijo el tipo—. Dos hombres por dos hombres. Nosotros nos quedamos con el negocio de préstamos. Se estaría rindiendo con honor. Es un hombre realista. No tiene demasiadas opciones. No puede empezar una guerra, con los policías vigilando.
Gregory no dijo nada. La sala quedó en silencio. Ningún tipo de sonido, salvo un parloteo apagado del radio de los taxis en la oficina de adelante. A través de la puerta cerrada. Solo ruido de fondo. Nadie le prestó ninguna atención. Si lo hubieran hecho, habrían escuchado a un conductor que llamaba para decir que había dejado a una señora mayor en el supermercado, y que iba a usar el tiempo en el que ella hacía las compras para ganar algún dólar extra llevando a un pasajero a su casa, hasta las viejas casas tipo al este del centro de la ciudad. El tipo estaba a pie, pero tenía un aspecto razonablemente civilizado y tenía dinero en efectivo. Quizás se le había averiado el auto. Eran seis kilómetros de ida y seis kilómetros de vuelta. Iba a haber terminado incluso antes de que la señora mayor saliera del sector de panadería. Sin daño no hay falta.
En ese momento Dino estaba recibiendo una instantánea mucho más incompleta y temprana de una parte de las noticias. Se había demorado una hora en recorrer la cadena hasta arriba. No incluía nada del accidente automovilístico. La mayor parte del día se había pasado en deshacerse de Fisnik y su mencionado cómplice. La reorganización había quedado para muy tarde. Casi una idea de último momento. Habían enviado un reemplazo al bar, para retomar el negocio de Fisnik. El tipo al que eligieron había llegado allí un poco después de las ocho de la noche. Inmediatamente había visto matones ucranianos en la calle. Custodiando el lugar. Un Lincoln Town Car, y dos hombres. Había ido a escondidas hasta la puerta contra incendios de atrás del bar, y había echado un vistazo dentro a escondidas. En la mesa de Fisnik en el rincón de atrás al fondo había un ucraniano, hablando con un tipo grandote, con aspecto desaliñado y pobre. Obviamente un cliente.
En ese punto el reemplazo elegido se reagrupó y se retiró. El tipo al que le dijo llamó a otro tipo. Que llamó a otro tipo. Y así. Porque las malas noticias viajaban despacio. Una hora después Dino escuchó al respecto. Llamó a sus cabecillas, a la maderería.
Dijo:
—Hay dos escenarios posibles. O la cuestión de la lista del comisario general de policía era verdad, y de manera oportunista y desleal usaron el desorden para meterse en nuestro negocio de préstamos de dinero, o no era verdad, y esto fue algo planeado desde el principio, y de hecho nos engañaron para que les despejáramos el camino.
—Supongo que tenemos que tener la esperanza de que sea la primera —dijo su mano derecha.
Dino se quedó en silencio por un largo rato.
Luego dijo:
—Me temo que tenemos que hacer de cuenta que fue la primera. No tenemos otra alternativa. No podemos empezar una guerra. No ahora. Vamos a tener que dejar que se queden con el negocio de préstamo de dinero. No tenemos una manera práctica de recuperarlo. Pero lo vamos a entregar con honor. Tiene que ser dos por dos. No nos podemos permitir hacer menos. Maten a dos de sus hombres, y así quedamos a mano.
—¿Cuáles dos? —preguntó su mano derecha.
—No me importa —dijo Dino.
Después cambió de parecer.
—No, elíjanlos con cuidado —dijo—. Tratemos de encontrar una ventaja.
NUEVE
Reacher bajó del taxi en la casa de los Shevick y recorrió el sendero angosto de cemento. La puerta se abrió antes de que pudiera tocar el timbre. Shevick estaba allí de pie, con la luz detrás de él y el teléfono en la mano.
—La transferencia del dinero llegó hace una hora —dijo—. Gracias.
—De nada —dijo Reacher.
—Llegas tarde. Pensamos que quizás no regresabas.
—Tuve que hacer un pequeño desvío.
—¿Adónde?
—Entremos —dijo Reacher—. Tenemos que hablar.
Esta vez usaron el living. Las fotos en la pared, la televisión amputada. Los Shevick ocuparon los sillones y Reacher se sentó en el sofá.
Dijo:
—Fue bastante parecido a como fue entre tú y Fisnik. Salvo que el tipo me sacó una foto. Lo que podría ser algo bueno, al final. Tu nombre, mi cara. Un poco de confusión nunca hace daño. Pero si yo hubiera sido un cliente de verdad, no me habría gustado. Ni un poco. Habría sido como un dedo huesudo tocándome el hombro. Me habría hecho sentir vulnerable. Después salí y había más. Dos tipos, que me querían llevar a casa, para